martes, 21 de enero de 2025

LA MÁQUINA DEL OLVIDO SELECTIVO


Había una regla en la pequeña pero peculiar ciudad de Adynaton: nada era imposible, pero todo tenía consecuencias. Aquí, en una clínica que olía a un extraño cruce entre eucalipto y desesperación, el doctor Melvin Mirabilis había perfeccionado su invención más controvertida: el Olvidón.

—¿Quién quiere vivir atado a los errores del pasado? —proclamaba Melvin en los panfletos que había repartido por toda la ciudad. Una caricatura suya con una ceja levantada y un aire de confianza no totalmente justificada adornaba el volante.

El Olvidón no era una máquina, exactamente. No había tubos, ni chispas, ni científicos con batas manchadas de café (aunque Melvin tenía una ligera adicción al matcha). Era un proceso mental, una sesión guiada por un dispositivo de neuroinducción que sonaba sospechosamente como una grabadora antigua. Bastaba con que el cliente se sentara en una silla reclinable, enumerara aquello que deseaba olvidar, y dejara que el Olvidón hiciera su trabajo.

—No más ex novios, no más fracasos laborales, no más domingos vergonzosos en karaoke —prometía Melvin. —Sólo memorias limpias y libres de dolor.

Por supuesto, había un pequeño detalle en letra pequeña que la mayoría pasaba por alto: “La clínica no se responsabiliza por las consecuencias existenciales o filosóficas derivadas del tratamiento. El Olvidón funciona. Quizá demasiado bien”.

El día en que Valerie Croft cruzó las puertas de la clínica, llevaba una mirada que gritaba “cansancio emocional crónico”. Una expresión bastante común en Adynaton, donde la gente siempre parecía estar huyendo de algo. En el caso de Valerie, era de sí misma.

—Quiero olvidar a Greg —declaró, mientras sus ojos inspeccionaban la decoración que había parado en algún lugar entre “minimalismo clínico” y “tienda de descuentos post-Halloween”.

Melvin levantó la vista de su escritorio, donde estaba dibujando algo que podría haber sido un gato o un croissant con bigotes.

—Greg. Nombre común. Novio, hermano, perro o jefe tiránico?

—Ex novio —respondía Valerie, con el tono de alguien que había practicado ese guion mental miles de veces. —Se llevó mi cafetera, mi dignidad y dos años de mi vida.

Melvin asintió con comprensión profesional y un toque de aburrimiento. Casos como ése eran pan de cada día.

—¿Está segura? —dijo mientras ajustaba las perillas del dispositivo. —El Olvidón no borra sólo recuerdos aislados. Arrastra todo lo que esté conectado, como… bueno, como una telaraña que decide que ya no necesita al pobre bicho atrapado.

—Segura —contestó Valerie sin dudar. Pero sus ojos parpadearon un poco más rápido de lo normal.

El tratamiento comenzó sin ceremonias. Melvin le colocó unos auriculares, encendió el dispositivo y el ruido blanco llenó la sala. Valerie cerró los ojos mientras el pasado comenzaba a desvanecerse, como un borrador difuminando el lápiz de un dibujo imperfecto.

La primera sensación fue de alivio. Valerie sintió como si un peso inmenso desapareciera de sus hombros. Ya no recordaba cómo Greg se había reído de sus chistes malos ni cómo habían compartido aquel café en la terraza mientras llovía. Pero también había olvidado por qué había empezado a escribir poesía en primer lugar. O por qué siempre evitaba las canciones de jazz los martes.

Cuando salió de la clínica, Valerie estaba… vacía. Y no en el buen sentido. Era como si su cerebro se hubiera convertido en un armario desordenado, y alguien hubiera decidido que era más fácil tirar todo a la basura que tratar de doblarlo.

—Esto no es lo que esperaba —murmuró, mientras paseaba por las calles de Adynaton.

La ciudad no había cambiado, pero Valerie sí. Sus amigos hicieron preguntas, del tipo que la gente hace cuando sabe que algo está mal, pero no quiere parecer entrometida.

—¿Has estado bien? —le preguntó su amiga Julia, mientras compartían un té.

—Supongo —respondía Valerie. Porque ¿cómo explicar algo que ni siquiera puedes recordar?

Las cosas se complicaron cuando descubrió que había dejado de escribir por completo. Cada vez que intentaba plasmar algo en papel, la tinta no llegaba. No había historias, ni emociones, ni nada que mereciera ser contado.

Fue entonces cuando regresó a la clínica.

—Quiero… deshacerlo —dijo Valerie, enfrentando la mirada sorprendida de Melvin.

—Ah, ¿un “reseteo”? —respondía él, con el tono de un vendedor que ofrece un producto extrañamente caro. —No hacemos devoluciones. La neuroinducción es un viaje de ida. Lo advertimos en el panfleto.

Valerie apretó los dientes.

—Entonces, ¿qué se supone que haga?

Melvin encogió los hombros.

—Puede intentar… empezar de cero. Sin Greg, sin jazz, sin café. Qué emocionante, ¿no?

Pero Valerie no encontraba nada emocionante en su nueva vida. Era como si le hubieran robado el mapa de un tesoro, dejándola con una isla llena de arena y ni una pista sobre dónde cavar.

Esa noche, Valerie encontró un libro en su estantería que no recordaba haber leído. La primera página tenía una nota escrita a mano: “Nunca olvides por qué comenzaste. G.”

Se quedó mirándola durante mucho tiempo. Quizá el Olvidón había borrado los recuerdos, pero algunas cosas no podían ser eliminadas tan fácilmente. Había fragmentos que seguían allí, entre las grietas.

Y mientras las luces de Adynaton titilaban en la distancia, Valerie cerró el libro y encendió su vieja cafetera. El olor del café llenó la habitación, trayendo consigo un sentimiento que no podía nombrar. Algo perdido, algo recuperado. Algo que aún quedaba por recordar.

Pero el sonido del café burbujeando se interrumpió con un pensamiento inquietante: “¿Qué más habré olvidado?”

Valerie sonrió, con un toque de melancolía. Quizá no quería saber la respuesta. O quizá ese era el principio de una nueva historia. Pero esta vez, no estaba segura de querer escribirla.

«El verdadero valor de un ser humano se mide por su capacidad de sacrificio por el bien común» (Wanda Wasilewska, nacida el 21 de enero de 1905 para ser periodista en medios de izquierdas, reportera de guerra, coronel del Ejército rojo de la URSS y militante marxista-leninista, vamos que de derechas no era)

Y que cumplas muchos más de los 44 de hoy. Espero que me resuelvas una duda:  ¿estás cantando en el vídeo o haciendo otra cosa? Buenos, no me importa mucho pero si me da envidia.

El Joc de l'abraçada

Era una festa plena de llums i rialles. Ell va mirar-la, ella el va mirar. Els dos sabien que el joc acabava de començar. En un gest ràpid, ella va somriure, mig provocadora, mig innocent, i es va apropar. "Ai, si et prenc!" va murmurar mentre l'atrapava en una abraçada inesperada. Ell va riure nerviós, sabent que no hi havia cap sortida, però tot el seu cos vibrava amb la promesa de l'instant. L'aire estava carregat de desig i, en aquell moment, el temps va deixar de comptar. "Ai, si et prenc..." van murmurar els dos alhora.


 

 

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