lunes, 17 de febrero de 2025

EL ABRAZO FINAL

 

Cuando el Amor y la Muerte se encontraron por primera vez, no se reconocieron de inmediato. La Muerte vestía su túnica oscura, los ojos huecos, el aliento frío. El Amor, en cambio, era un vendaval de caricias, un cúmulo de latidos, un incendio en perpetua combustión. Se miraron largamente, como si hubieran esperado este encuentro desde el inicio del tiempo.

—He escuchado mucho sobre ti —dijo la Muerte con voz hueca.

—Y yo te he sentido demasiado cerca —respondió el Amor con una sonrisa triste.

Se estudiaron con curiosidad. La Muerte, cansada de su inagotable labor, quiso saber cómo era eso de latir sin fin. Y el Amor, con sus heridas abiertas por todos los siglos de sufrimiento, deseó por un instante conocer la paz del silencio.

—Debemos abrazarnos —dijo la Muerte, con un gesto insólito.

El Amor dudó. Sabía que en su abrazo ardía la vida, y que en el de la Muerte moría todo. Pero también supo que nunca había conocido un cuerpo que no temiera tocar el suyo, que no huyera de su fuego.

Y entonces se abrazaron.

El mundo contuvo el aliento. Los relojes dejaron de marcar la hora. Las hojas que caían flotaron en el aire sin tocar el suelo. La luna tembló.

La Muerte, por primera vez, sintió el temblor de la carne, la urgencia del deseo, la fragilidad de un suspiro. Se enamoró en un instante, como solo pueden hacerlo los que nunca han amado. Y el Amor, atrapado en el abrazo helado, sintió cómo su calor se disipaba, cómo su esencia se convertía en ceniza.

—Si me amas, morirás —susurró la Muerte.

—Si muero, te amaré para siempre —respondió el Amor.

La paradoja los envolvió en un torbellino. La Muerte, cegada por la dulzura del amor, comenzó a debilitarse. Y el Amor, extenuado por la eternidad de su existir, se dejó consumir.

No sabemos cuánto duró el abrazo. Pero dicen que, desde aquel día, la Muerte llora en cada despedida y el Amor deja marcas que duelen como si fueran heridas. Se buscaron en la eternidad y, aunque nunca volvieron a abrazarse, el uno dejó una cicatriz en el otro.

Porque la Muerte ya no es tan fría. Y el Amor, desde entonces, sabe a despedida.

«El hormigón es mejor en este sentido y cuesta menos que un muro de pechos» (André Maginot, nacido el 17 de febrero de 1877 para ser constructor de muros, esos que los alemanes se llevaron por delante para invadir París. Tenía razón con la frase, pero costó igualmente más de un muro de pechos)

Y que cumplas muchos más de los 68 de hoy para que me de tiempo a conocerte un poco mejor.

El ball que desperta

Els sons de la fusta i les rialles s’escolen entre la boira. Ells ballen, els rostres coberts amb màscares d’hivern, com si la terra sencera contingués la respiració. La seva dansa no és per a ulls profans: és un ritual antic, un encanteri cosit amb passos secrets.

Llavors, el vent s’atura. Els espectadors desapareixen. Només queda ella, la dona del vestit verd, que riu amb una veu que no és humana. Les torxes s’apaguen soles. L’últim ballador cau de genolls, comprenent massa tard que, aquesta nit, la dansa no era per celebrar. Era per cridar alguna cosa del bosc. I ja ha respost.


 

 

 

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