EFECTOS SECUNDARIOS
La primera vez que Marta sintió el cambio, estaba en la fila del supermercado. Miraba los yogures sin azúcar con la misma devoción con la que antes escaneaba los postres rellenos de chocolate, cuando, de repente, le pareció que el cajero tenía unos antebrazos descomunales. Venas marcadas, piel tirante. Un descubrimiento inquietante.
Salió de ahí preguntándose si siempre había tenido esa sensibilidad o si su cuerpo estaba reaccionando de alguna manera al medicamento. Ozempic. Se lo recetaron en noviembre, cuando su médico le habló de sus beneficios para la pérdida de peso. No se lo dijo a nadie, solo empezó a inyectarse y a ver los efectos. Lo que no esperaba era esto.
Primero fue una sensación difusa. Luego, una certeza. Tenía hambre. Pero no de comida.
Su marido, Julián, tardó en notar el cambio. Fue él quien había insistido en que Marta se cuidara más. “Te sentirás mejor contigo misma”, le había dicho. “Tendrás más energía, más confianza.” No había mencionado nada sobre más ganas de sexo, pero ahí estaban. Y Julián no estaba preparado.
—¿Otra vez? —dijo él, sorprendido, cuando Marta, después de quince años de matrimonio, le buscó en la cocina con la urgencia de un amante adolescente.
—¿Te molesta? —preguntó ella, con la mano ya en el borde de su cinturón.
—No, no —balbuceó—. Solo que… qué raro.
Julián, que siempre se había quejado de la frecuencia, ahora se veía sobrepasado.
Pero Marta no se conformaba con eso. Era como si la hubieran reseteado. Veía el mundo con otros ojos. Se descubrió observando a desconocidos en el metro, notando gestos, voces, posturas. Hombres, mujeres, todo le llamaba la atención.
Una tarde, en la oficina, se sorprendió coqueteando con Adrián, el diseñador gráfico del tercer piso. Antes, su vida sexual era una coreografía predecible, dos movimientos, tres suspiros y un “buenas noches” al final. Ahora, se le antojaba un desperdicio quedarse solo con eso.
¿Era culpa de la química? ¿Un efecto secundario de la semaglutida en su cerebro? ¿O era algo que siempre estuvo ahí, enterrado bajo kilos de rutina y autocomplacencia?
La respuesta le llegó en una cena de amigos. Todos hablaban de dietas, de gimnasio, de trabajo. Marta, en cambio, estaba distraída observando cómo la luz de las velas iluminaba el cuello de Lucía, la esposa de su mejor amigo.
Lucía sonrió. Marta desvió la mirada. Sintió una corriente eléctrica recorrerle la espina dorsal.
Efectos secundarios.
Sonrió.
Y tomó otro sorbo de vino.
«No vemos jamás las cosas tal cual son, las vemos tal cual somos» (Anaïs Nin, nacida el 21 de febrero de 1903 para escribir sobre los efectos primarios, secundarios y terciarios mucho mejor que yo)
Y que cumplas muchos más de los 78 Lorenzo Rosselló Horrach alias, Lorenzo Santamaría y, no, o no te he olvidado... todavía.
El buit del record
En el racó més fosc del tocadiscs, sonava aquella melodia empolsinada pel temps. La veu d’en Llorenç vessava promeses d’eternitat, però l’eco xocava contra parets buides.
Ella, amb les mans fredes, repassava les fotografies esgrogueïdes. Cada acord era un pessic a l’ànima, un xiuxiueig del que havia estat. Ell va jurar no ser oblit, però l’oblit té mans llargues i memòria curta.
L’agulla va esgarrapar l’últim acord. Silenci.
I allà, en aquell buit immens, ella va entendre: no era ell qui s’esvaïa, sinó ella, desfent records per poder seguir respirant.
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