jueves, 6 de febrero de 2025

 TÉCNICA AVANZADA DE EVAPORACIÓN LABORAL

La primera señal fue el silencio. Un silencio quirúrgico, milimétricamente calculado, tan deliberado que convertía el sonido del agua en la cafetera en el eco de un universo hostil. Llevaba doce años en Seguros Implacables S.A., pero, de repente, mis buenos días flotaban en el aire sin respuesta.

Al principio, pensé que era paranoia. Quizá la gente estaba distraída. Quizá las reuniones urgentes realmente eran urgentes y no simplemente reuniones en las que había dejado de ser bienvenido. Pero cuando mi nombre desapareció del organigrama y mi correo dejó de recibir convocatorias, entendí que estaba en el proceso más sofisticado de eliminación corporativa: el despido silencioso.

Lo curioso es que no me despidieron. Simplemente, dejaron de darme trabajo. Y cuando pregunté, la respuesta fue un abanico de miradas esquivas y frases administrativas sin significado real:

—Estamos redefiniendo las responsabilidades del equipo, pero tranquilo, valoramos mucho tu contribución.

Valoraban mi contribución de una forma innovadora: reduciéndola a cero. Primero, me quitaron las cuentas clave. Luego, me reasignaron tareas de becario. Finalmente, ni siquiera me invitaban a los afterworks, el último refugio de los empleados en peligro de extinción.

Mi jefe, un entusiasta del sadismo pasivo-agresivo, perfeccionó su técnica de ignorarme a niveles artísticos. Si alguna vez cruzábamos miradas en el pasillo, actuaba como si estuviera viendo un fantasma.

Fue entonces cuando decidí responder con la única estrategia posible: convertir mi propia evaporación en un espectáculo de resistencia. Llegaba puntualmente cada mañana, ocupaba mi escritorio con la solemnidad de un emperador en el exilio, y adoptaba una actitud de eficiencia absoluta, escribiendo informes que nadie leería, haciendo llamadas a extensiones desconectadas, enviando correos a direcciones caducadas.

En la semana tres de mi purgatorio, cambié de estrategia: si ellos me borraban, yo me haría notar. Reservé la sala de reuniones más grande y envié una convocatoria a todo el equipo con el asunto: “Estrategias de crecimiento sin inversión: el arte de hacer nada y que funcione”.

El día de la reunión, la sala estaba vacía. Excepto por el director general. Había cometido el error de aceptar la convocatoria sin leerla. Me miró, desconcertado.

—¿De qué se trata esto? —preguntó.

Sonreí.

—De optimización de recursos. Resulta que puedo venir cada día a calentar la silla y ser más productivo que la mitad de su equipo. Pero si quiere, podemos formalizar la situación.

Esa misma tarde, recibí una oferta de despido con indemnización. Y una tarjeta de recomendación con una frase que resumía mi paso por la empresa: “Extraordinaria capacidad de adaptación a entornos adversos”.

No podría estar más de acuerdo.

«Cuanto menos sepas, menos mentiras dirás» (James Hadley Chase, nacido el 6 de febrero de 1906. No consta que fuese ignorante por tanto y como buen escritor, tenía mucha imaginación en lo que contaba es decir, mentía profesionalmente)

Hubiese cumplido 75 años pero se fue con papá a los 65.

 

Inoblidable

La seva veu, un murmuri càlid en la nit, omplia l'habitació amb la melodia inoblidable. Els seus ulls, dues estrelles fugaces, brillaven amb un amor que transcendia el temps. Junts, en un vals silenciós, ballaven entre els records d'un passat que no volien deixar enrere. La cançó s'esvaïa lentament, però la seva connexió, forjada en el foc de l'ànima, romania intacta. Inoblidable, com la seva cançó, com el seu amor.


 

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