miércoles, 26 de marzo de 2025

DONDE EL SOL SE INCLINA



Cada tarde, justo antes de que el sol toque el horizonte, Hiroshi se sienta en el mismo banco frente al torii flotante. No espera nada, sólo contempla.

Dice que allí, cuando el agua se enciende en oro líquido y el silencio lo envuelve todo como una tela suave, escucha a su padre.

—Las puertas no separan, hijo —le dijo una vez—, conectan mundos.

Desde que murió, Hiroshi repite el ritual. Se quita los zapatos. Respira hondo. Observa cómo la luz atraviesa los pilares como si fueran huesos del tiempo. A veces, murmura un “perdón”, otras un “gracias”, y en contadas ocasiones, “todavía no”.

Una tarde, al ver el reflejo del torii descomponerse con el oleaje, supo que ya podía cruzar.

Se levantó, caminó hasta el borde del muelle… y se inclinó, justo como el sol.

Nadie lo volvió a ver.

Pero desde entonces, cuando el sol baja y el agua arde, los locales aseguran escuchar una voz leve entre las olas:


—Las puertas no separan. Conectan.


Y el torii, aunque inmóvil, parece inclinarse también.


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