sábado, 29 de marzo de 2025

 DONDE NO CAEN LAS FLORES


Cada mañana, Hiroshi cruzaba las piedras redondas del estanque como si el pasado quedara del otro lado. El templo, al fondo, parecía más una memoria que un edificio: rojo gastado, techo verdoso, quietud ceremonial. Nadie sabía su edad, pero todos sabían que él siempre había estado ahí.

—Hoy el agua no canta —dijo el jardinero sin levantar la vista.

—Tampoco yo —respondió Hiroshi.

En sueños, una mujer de kimono blanco le ofrecía una flor cerrada. Nunca florecía. Nunca hablaba. Solo le miraba con esos ojos que parecían pedirle algo que él ya no tenía.

Aquella mañana, Hiroshi se detuvo en la tercera piedra. El viento tembló entre los pinos. Miró el reflejo del templo y no se reconoció.

—Creo que es hora —murmuró, y siguió caminando.

Cuando llegó al otro lado, nadie lo vio. El templo tampoco pareció notarlo. Pero desde entonces, cada vez que alguien cruza las piedras, el agua suena diferente. Como si llevara una pena que no se puede nombrar.

Y bajo el cerezo sin sombra, las flores caen… pero nunca llegan al suelo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario