INFLUENCER INVOLUNTARIO II: EL SINDICATO DEL SELFIE

Me desperté con una notificación que decía: “Tu imagen ha sido seleccionada para representar el algoritmo #23C-TERNURA.”
Creí que era spam. Lo borré.
Media hora después llamaron a la puerta: dos personas con chaqueta de pana digital y mirada de Community Manager en fase terminal. Se identificaron como inspectores de la Agencia de Optimización del Contenido Emocional.
— ¿Usted es el usuario que subió la foto del huevo duro hace 14 meses, con la frase “Aquí seguimos”?
— ¿Y si dijera que no?
— Entonces nos veríamos obligados a abrir expediente por suplantación de sinceridad.
Me dieron un dosier plastificado. Salía yo en 37 memes, una taza con mi cara en Aliexpress, y una estampita con la leyenda San Desayunito Mártir, patrón del desapego digital.
—Le informamos que su imagen ha sido declarada bien de interés comercial.
— ¿Eso qué significa?
—Que no puede cambiar de peinado sin notificarlo a la Junta de Narrativas Auténticas.
Intenté cerrar la puerta. Fue inútil: ya habían escaneado mi casa, mis emociones y mi historial de navegación. Según ellos, estaba generando un “ecosistema narrativo espontáneo de alto valor”.
—Usted es una narrativa de resistencia pasiva. Un producto en bruto. El nuevo realismo sucio post-TikTok.
Desde entonces, trabajo en una oficina sin paredes, sin salario y sin horario. Me mandan briefings emocionales: “Hoy toca nostalgia con una pizca de resignación estética”.
Yo, obediente, subo una foto de mis calcetines agujereados junto a una cita de Pessoa.
Las marcas me adoran. No les cobro. Me llaman “colaborador espiritual”.
Mis vecinos creen que estoy en una secta. Yo creo que estoy en una subcontrata emocional de las multinacionales del contenido. Lo mismo da.
La semana pasada fundamos un sindicato. Somos 4 millones. Todos influencers involuntarios.
Nos hicimos una huelga: 48 horas sin subir nada. Solo silencio. Pantallas en blanco.
El sistema colapsó.
Las redes comenzaron a llenar los feeds con imágenes generadas de forma artificial: gatos que lloran, bebés con depresión, tostadas existenciales.
Pero nadie las creyó.
Nos buscaron. Nos ofrecieron contratos sin contrato. Visibilidad a cambio de invisibilidad.
Yo dije que no. Al menos eso creo.
Hoy he visto una taza nueva en Amazon: “Yo no publico, inspiro”.
Tiene mi cara.
Y ni siquiera salgo bien.
«Yo no he buscado el poder; el poder me fue concedido» (Manuel Godoy, nacido el 12 de mayo de 1767 y llamado eufemísticamente “el príncipe de la paz”, seguramente porque pasaba por allí y tuvieron a bien concederle ese apodo. Como el sueldo que conllevaba la concesión del poder)
Hoy cumpliría 97 años pero se quedó en 95. Su canción y, por supuesto, la película no se irán nunca del todo.
Plou, però no m’ofego
Les gotes li relliscaven pel serrell mentre pedalava. No portava paraigua ni pressa, només una carta dins la butxaca, d’aquelles que et canvien el calendari emocional.
El semàfor en vermell i una dona li crida:
—Et mulles!
Ell somriu.
—És només aigua.
Ella pensa que està boig. Potser ho està. Però la carta diu que el tumor no era maligne, i això li sembla una excusa prou bona per desafiar la pluja.
Per primer cop en mesos, el món no pesa. Només plou. I no se’n queixa
No hay comentarios:
Publicar un comentario