CAPTURAS DE PANTALLA PARA LA POSTERIDAD

Siempre hay un momento en que alguien descubre que los mensajes privados no eran tan privados. Suele ser un martes, justo antes del almuerzo, cuando el algoritmo decide que ya es hora de que el escándalo se democratice.
Aquella mañana, la izquierda despertó con acidez estomacal. El nuevo caso, fresquito como pan de gasolinera, mostraba en glorioso 4K unas conversaciones internas donde un diputado progresista hablaba de "aprovechar el empuje feminista para neutralizar a los verdes" y de “crear un conflicto artificial con los medios para marcar agenda”. Una joya.
— ¡Eso es manipulación política! —gritaban las tertulianas con gafas de pasta y camiseta del Che.
— ¡Eso es estrategia comunicacional! —decían las mismas hace dos años, cuando el grupo de WhatsApp filtrado era del otro bando, y la derecha sugería “crear alarma social con okupas para aprobar más cámaras en la calle”.
La prensa, naturalmente, se frotaba las manos. Hacía tiempo que no podían titular con tanto gozo: “Hipocresía de la izquierda: piden respeto a la privacidad tras aplaudir el espionaje político en 2019”.
En la redacción del diario más leído, un redactor se ajustaba la corbata con el mismo placer con el que un niño abre un huevo Kinder. Revisaba los hilos de Twitter como quien huele café recién hecho:
—Ya están cayendo en la trampa de siempre —dijo—. Primero niegan, luego matizan, y al final acaban citando a Orwell sin haberlo leído.
Un pasante, que aún no sabía que en el periodismo actual lo más difícil era distinguir entre noticia y meme, se atrevió a preguntar:
— ¿Pero esto es noticia o carnaza?
—Todo es noticia si se comparte lo suficiente —le respondió el redactor sin apartar la vista de la pantalla—. Y todo es carnaza si nos permite meter una columna de opinión.
Mientras tanto, en un pequeño despacho del Congreso, el aludido diputado progresista observaba en su móvil cómo su cara recorría canales y memes como una vedette descontrolada.
—Es injusto —se quejaba a su asesora—. Cuando filtramos los mensajes del ministro aquel, todos lo celebraron. ¡Era por el bien común!
—Ahora el bien común eres tú, Javier.
Él no lo entendía. La moral es como un espejo de parque de atracciones: siempre devuelve tu mejor ángulo y deforma el del contrario.
Los partidos se alinearon con la geometría habitual: los de derechas invocaron la transparencia, los de izquierdas la privacidad, y los de centro intentaron parecer interesantes.
Un periodista veterano, encorvado por décadas de cafés y traiciones, resumió el momento mientras se encendía un cigarro:
—Si tu moral depende de quién filtra el mensaje, entonces no es moral, es marketing.
Al día siguiente, una nueva filtración —esta vez de un chat interno de una ONG— reveló que algunos de sus miembros usaban emoticonos inapropiados en contextos dramáticos.
El ciclo se reiniciaba.
Y en una carpeta olvidada del disco duro de un becario, seguía sin publicarse un informe incómodo sobre contratos públicos adjudicados sin concurso. No tenía pantallazos. No tenía insultos. No tenía clicks.
Solo tenía verdad.
Y la verdad, a veces, es menos sexy que un emoji mal puesto.
«Cuando compras algo, no lo compras con dinero; lo compras con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para conseguir ese dinero» (Esta frase y otras muchas más que me llegaron al alma y me sirvieron de ejemplo, las dijo José "Pepe" Mujica, luchador de causas justas, expresidente de Uruguay y figura reconocida mundialmente por su austeridad, pensamiento crítico y humanismo. Hoy se fue a la habitación de al lado y siempre le recordaremos por su relevancia filosófica, política y ética)
Y en mayo de 1985 una de las canciones que más se escuchaba (y no me extraña) cantada por uno de los mejores que aún no se ha jubilado.
Nascut sota la bandera
Van pintar-li l’esquena amb barres i estrelles abans que pogués caminar. Quan va fer divuit, el van enviar ben lluny, a una guerra que ningú no volia recordar. Tornà amb una medalla rovellada i una cama que tremolava fins i tot als somnis.
"Welcome home", li digueren. Però a casa no hi havia feina, ni futur, només mirades que es desviaven.
Ara camina pels carrers amb una gorra vella i un crit mut als llavis. I quan algú li pregunta d’on és, ell respon:
—Nascut als Estats Units. Però no em van deixar créixer-hi.
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