EL FONDO DEL CAJÓN DE LOS RECIBOS
Mi historia de amor comenzó con un Excel compartido.
No es la frase más romántica, lo sé, pero había algo íntimo en abrir juntos un documento con fondo gris y celdas verdes que decían: “Luz”, “Renta”, “Farmacia (Vicente)” y “Súper (caro)”. Yo ponía los paréntesis. Él ponía la mitad del dinero. El resto lo conseguíamos entre favores, prórrogas y la prestidigitación que uno aprende cuando tiene más sueños que saldo.
Nos conocimos en una reunión de vecinos donde él se
quejaba de la presión del agua caliente. Yo asentí con vehemencia. Luego supe
que no tenía agua caliente desde hacía semanas y que la presión era lo de
menos. Le invité a ducharse en casa. El resto es historia, o al menos, una
historia en común durante un rato.
Compartimos colchón y cuentas, comida y deudas, libros subrayados y termos
rotos. Vivíamos en una antigua portería reconvertida, con la ducha sobre el
inodoro y una lámpara que chispeaba cuando llovía. Teníamos dos tazas, dos
cucharas y ningún plan de jubilación. Pero creíamos que todo iba a mejorar.
Como si el amor, tarde o temprano, llamara al timbre con un contrato indefinido
bajo el brazo.
Hubo buenos días. Días de arroz con tomate que sabían a celebración, de sábados
en pijama con cafés aguados, de vernos reflejados en la ventana empañada y
pensar: “Hemos sobrevivido otra semana”.
Pero también llegaron los domingos silenciosos. Las
discusiones sobre si la deuda del gas era suya o mía. Las cuentas que ya no
cuadraban, ni en el Excel ni en el corazón.
Un día, Vicente dijo: “Necesito espacio”. Y no se refería al disco duro.
Le dije: “Puedes dormir en el lado izquierdo del
colchón. Es el más frío, como tú últimamente”.
No funcionó. Ni el sarcasmo, ni los abrazos. Se fue con su mochila y una caja
de cartón que decía “cosas importantes” pero llevaba solo un secador, un libro
sin terminar y un recibo del dentista.
Durante semanas, guardé el Excel en una carpeta
titulada “cosas que arreglar”. Pero ya no había fórmula que sumara lo que
perdimos. Ni interés compuesto para el cariño. Ni macros para recuperar lo que
se va cuando nadie lo cuida.
Hoy, cinco años después, tengo un trabajo mejor, un gato que me ignora y una
estufa que funciona. A veces, ordeno papeles y me topo con ese archivo impreso,
arrugado y amarillento. Y, aunque ya no duele, todavía me río al ver esa celda
que dice: “Súper (caro)”.
La historia de amor no está en los besos. Está en la forma en que dos personas intentan cuadrar lo incuadrable. Y fracasan con estilo.
«Los seres humanos no estamos diseñados para ser felices, sino para sobrevivir» (Eduard Punset, aunque según él no se puede demostrar se fue a la habitación de al lado el 22 de mayo de 2019. Tampoco está demostrado que estemos diseñados. Lo único verdadero es que somos moldeables: algun@s mas que otr@s)
Y que cumplas muchos más de los 66 de hoy para denunciar con tu música todo lo denunciable. No vas a acabar las canciones.
La primera bala no era per ell
Era l'únic que robava amb guants de seda i deixava un clavellet dins del cotxe saquejat. No pel romanticisme: perquè mai sabria on posar les claus de casa seva. El coneixien a tot el barri com "el Valent", encara que només havia plorat una vegada, en directe, quan la seva mare li va dir que no era com els altres: ell creia que això era una virtut.
Aquella nit, sortint del súper amb una baguette robada i un somriure de pel·lícula francesa, la policia va disparar sense mirar.
Ningú va reclamar el cos. Tots tenien massa por. O massa memòria.
Ay! Los excels traen problemas!
ResponderEliminarY todo lo que en ellos se contiene...
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