EL LUGAR QUE SÓLO EXISTE SI NO LO BUSCAS (II)
Ya no me pregunto si soñé.
Los días se deslizan como hojas en el agua. A veces, me despierta la humedad del musgo en la nuca, otras, el balido lejano de una cabra que sólo aparece cuando dejo de pensar en ella. Aquí el deseo es una interferencia. Cuanto más lo nombras, más se escurre.
Una vez creí escuchar pasos humanos. Me escondí instintivamente, no por miedo, sino por pudor. Nadie que no haya sido desarmado por completo debería llegar hasta aquí. Por eso el bosque se protege con cascadas, con trampas de belleza, con caminos que se bifurcan solo si estás dispuesto a no volver.
He olvidado el calendario, y con él, la obligación de ser alguien. Mi nombre ha empezado a oxidarse dentro de mí, como un anzuelo sin pez.
Algunos atardeceres, el cielo se pliega como si fuera de papel mojado, y deja caer luces doradas sobre las hojas. Entonces escribo sobre piedras con una rama seca. No queda nada, salvo la sensación de haber dicho algo sin palabras. Es suficiente.
Una cabra duerme a veces junto a mí. Otra se burla desde las ramas, como si fuera un cuervo travestido. Estoy empezando a sospechar que no son cabras. O que lo son demasiado.
El agua del río, al pasar entre mis dedos, susurra nombres que nunca había oído. No son los míos, ni los de nadie. Quizás son los de los árboles. O los de quienes pasaron antes y no regresaron.
Porque nadie regresa.
Se puede salir, sí, pero ya no se vuelve. No del todo. Uno vuelve con otro olor, con otra voz. Y quienes te conocieron sospechan que algo ha cambiado, pero no sabrán decir si has envejecido o simplemente dejado de fingir.
El lugar no existe. Lo sé.
Y sin embargo, cada vez que alguien suspira con los ojos cerrados, se abre un sendero.
Justo por ahí.
«La justicia no es ser neutro entre el bien y el mal. Es tomar partido por el bien contra el mal» (Benjamin Cardozo, nacido el 24 de mayo de 1870 para ser juez. Lo que no nos acabó de aclarar –como nadie lo ha hecho todavía- qué es el bien o, dicho de otra manera, qué es el mal)
Y que cumplas muchos más de los 65 de hoy y mira lo que llevas cotizado que igual te toca jubilarte. Aunque eres el más mayor del grupo y no sé si tus compañeros van a querer.
El pa que et vas deixar
Va aparèixer cada tarda al mateix lloc del passeig marítim, amb les sabatilles destenyides i un somriure de disc ratllat. Ningú sabia el seu nom. Portava un radiocasset penjat a l’espatlla i punxava la mateixa cinta: He got the action, he got the motion…. Amb aquell ritme, venia entrepans de pa amb tomàquet i sardina. Deia que els feia sonant els solos de Mark Knopfler, amb guants de guitarra i un ball de malucs lentíssim.
Un dia va desaparèixer. Però el seu banc encara fa olor de farigola i pa rostit.
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