domingo, 15 de junio de 2025

CADENAS AL AIRE LIBRE


—¿Puedes, por favor, terminar esto antes de irte? —dijo Helena con ese tono dulzón que disimula el látigo.

Clara parpadeó. No respondió. Apretó el botón de guardar. Cerró todos los programas. Se levantó. La silla giró una, dos, tres veces. La planta seca sobre el archivador parecía más viva que ella.

En el ascensor se miró en el espejo y se descubrió una mancha de café en la blusa. No recordaba haber desayunado. Tampoco se molestó en limpiarla.

Cruzó Passeig de Gràcia en rojo. Un coche pitó. No miró. Entró en el 24h, agarró una Coca-Cola caliente de la nevera que no enfriaba, la pagó en monedas de diez. El tapón salió disparado. Bebió como si fuera champán.

Esa noche no volvió a casa. Ni al trabajo. Ni a su versión obediente de siempre.

Durmió en un hostal de paredes finas y colchón en forma de valle. Escuchó gemidos ajenos con una mezcla de lástima y envidia. Se masturbó pensando en su primer novio, el que le decía “brava” después del sexo. Lloró sin sonido, como entrenando para una vida nueva. Compró un cuaderno de tapas blandas. Escribió “libertad” en la primera página y la arrancó.

Por las mañanas desayunaba en un bar con camareros que decían “reina” a todas las mujeres. Café con leche, tostada con tomate, y la radio a todo volumen: accidentes, precios, deportes. Nadie le preguntaba nada. Ella tampoco.

A veces se preguntaba si estaba huyendo. O si simplemente había dejado de obedecer. Que no es lo mismo. Una noche, un hombre le leyó la mano. “Tienes línea de mando”, dijo. Ella se rió tanto que acabaron besándose. No volvieron a hablar.

Al cuarto día, el móvil murió sin drama. Ni alarma, ni mensajes, ni notificaciones. Como si la red que la sujetaba se hubiera desvanecido.

Cuando volvió a su piso, lo encontró limpio, triste, intacto. El cactus seguía en pie. El buzón lleno. El edredón sin arrugas. Lo primero que hizo fue deshacer la cama.

Bajó libros que nunca había abierto. Regó plantas que ya eran polvo. Se duchó con la puerta abierta, se sentó en el suelo a mirar cómo giraba la lavadora. No fue poético. Fue necesario.

Le escribió un correo a su jefa. Solo decía: “gracias por nada”. No lo envió.

Ahora vive en menos metros, pero más suyos. A veces se obliga a madrugar sin motivo. Otras, se queda en pijama hasta que la noche la sorprende. Aún no ha encontrado el secreto de la libertad. Pero tampoco lo necesita.

Y cuando alguien le dice “qué suerte tienes de poder hacer lo que quieras”, ella sonríe sin mostrar los dientes.

Porque sabe que no es suerte. Es vértigo domesticado.

«La cibernética nos obliga a cuestionar si la conciencia es una propiedad exclusiva del ser humano» (Gotthard Günther, nacido el 15 de junio de 1900 para cuestionar a la especie humana frente a las máquinas. Estoy de acuerdo: a veces las máquinas tienen más conciencia que el ser humano)

Hoy hubiese cumplido 82 años pero se quedó en 74 dejándonos claro que la quería desde bien jovencito como se puede apreciar en el vídeo. 

"T'estimo quan"

T’estimo quan no ets tu. Quan t’allunyes del mirall i deixes de parlar com una actriu francesa dels setanta. Quan no controles, quan tens son, quan t’oblides de mi un segon i somrius a un record que no em pertany.

T’estimo quan sues, quan t’ennuegues rient, quan et baves després de fer l’amor. Quan no tens por de fer pudor.

T’estimo quan deixes de semblar estimable.

I també quan t’enfades, quan crides, quan et trenca la veu i et tremolen els punys. Quan no vols estimar-me.

Sobretot llavors. T’estimo quan no ho saps.


 

 

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