EL CLUB DE LOS CORAZONES SECUENCIALES
Primero fue Helena, con hache muda y promesas estruendosas. Nos conocimos en la biblioteca de Derecho, ella con bufanda de cuadros y yo con las manos en los bolsillos como quien ya sabe que va a perder. A los seis meses, dormía en su cama y discutíamos por el orden de los libros. A los nueve, me dijo que me quería. A los doce, me dijo que me fuera.
Después vino Clara, sin hache, pero con hambre. De
mí, del mundo, de sí misma. Clara era la típica mujer que no sabía estar sola…
ni acompañada. Me arrancó de la tristeza como quien arranca una costra con los
dientes. Nos amamos sin papeles, sin nombres, sin excusas. Según sus amigas, yo
era “una etapa”. Según las mías, ella era “una prueba”. Según mi madre, “otra
pérdida de tiempo”.
Y luego… vino Lucía. Lucía la intacta. Lucía la que sabía que yo venía usado.
Se lo olió. Literalmente: dijo que llevaba impregnado “el perfume de otra”. Yo
negué como un idiota. Ella lo aceptó como una santa. Me decía que me amaba “a
pesar de todo”. Nunca entendí si era a pesar de mi pasado, o de mí entero. Le
regalé fidelidad y llaves de casa. Me regaló comprensión, tiempo, y dos frases
que nunca olvidaré: “Te espero”, y más tarde: “Ahora no hace falta que
vuelvas”.
El caso es que en cada amor yo fui sincero, pero eso no importó. Porque el mundo –con su voz de comentarista de reality y su mentalidad de novela rosa– no cree en los amores sucesivos. Cree en el compromiso. En el ticket con fecha. En la alianza o el escándalo.
Helena me definió como un cobarde. Clara me llamó egoísta. Lucía... me definió con silencio. No me quiso catalogar, lo cual fue mucho peor.
He llegado a la conclusión de que el amor sí puede repetirse. Pero no así el juicio social. Si eres hombre, enamorarte más de una vez es sospechoso; si eres mujer, es heroico… mientras no rompas con tu pareja.
Así que fundé un club. Lo llamé El Club de los
Corazones Secuenciales. No tiene sede, ni cuotas, ni estatutos. Solo una norma:
aquí se ama sin el certificado. Y si repites, mejor. Porque el amor que no se
reinventa, muere del bostezo.
Nos reunimos los jueves en un bar de Malasaña. A veces lloramos. A veces nos
besamos. Nadie pregunta: “¿Fue tu única vez?”. Porque todos sabemos que
solamente una vez... es el nombre de una canción.
«El entendimiento no conoce el género; la luz de la razón brilla por igual en hombres y mujeres» (Elena Cornaro Piscopia, nacida el 5 de junio de 1646 para ser la primera mujer –conocida- que recibió un doctorado en matemática y filosofía. No quiere ello decir que fuese la única que lo mereciese)
Hoy hubiese cumplido 78 años pero sólo cumplió 36 aunque le dio tiempo a componer una de las mas bellas melodías que se han hecho. Much@s nos hemos enamorado y desenamorado con ella. Si, si, Harry Nilsson la hizo popular; yo os la dejo cantada por sus autores genuinos.
Finestra tancada
Havia
deixat la finestra entreoberta per si tornaves.
Vaig deixar-hi també les claus, el llibre obert per la mateixa pàgina, la tassa
amb una mica de te ja fred.
Al vespre, quan la lluna feia veure que et recordava, m’inventava sorolls al
replà i respiracions al llit.
Però
l’aire no et porta.
La música no et canta.
La roba no et guarda.
I jo, jo visc com si hagués d’aguantar.
Però sense tu no sé viure.
I ho sabies.
I vas marxar igualment.
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