sábado, 19 de julio de 2025

FELIZ DÍA DE LOS AMIGOS CON DERECHO A ROCE

 

No sabía si eran las dos de la madrugada o las seis. El reloj del microondas parpadeaba desde que saltaron los plomos y el tiempo, en esa casa, había dejado de tener autoridad.

Ella se había puesto una de mis camisetas, la del Primavera Sound 2012. Años de lavadora la habían dejado con un encanto ajado que ahora, sobre su piel, tenía algo de arte efímero. Caminaba descalza por el parqué como si estuviera en su casa. Y eso, sin quererlo, me cabreaba un poco.

—¿Sabes qué día es hoy? —solté, apoyado en la cama como quien lanza una piedra al agua estancada.

Ella me miró, arqueando una ceja. Ya sabía que venía algo.

—Dime que no es tu cumpleaños, por favor. —Y sonrió. Esa sonrisa. Medio burla, medio refugio.

—No, es el Día del Amigo con Derechos.

—Ah.

Se acercó a la ventana. Levantó la persiana lo justo para que entrara ese azul sucio de la madrugada barcelonesa. Tenía los muslos marcados por las sábanas y el cuello rojo de tanto beso, pero hablaba como si estuviéramos tomando café en una terraza de Gràcia.

—Y eso... ¿qué implica? ¿Que hay que celebrarlo con brunch o con preguntas que no se deberían hacer?

Me incorporé, fingiendo desparpajo. Desnudo, pero con ironía. Como quien se deja ver solo si lo miran de verdad.

—Con las dos cosas, si te atreves. Pero tendríamos que firmar un nuevo contrato. Ya sabes, que no se nos vaya de las manos.

—¿Y si se nos va?

La frase flotó. Como esas notas musicales que se cuelan por la rendija de un bar cerrado.

Yo no respondí. Porque la verdad es que ya se nos había ido. Desde aquella vez en la playa, desde el segundo gin-tonic en casa de Clara, desde la noche que dormimos juntos y no hicimos nada. Desde antes incluso. Quizá desde que ella me dijo: "tranquilo, entre nosotros no hay peligro".

Se volvió hacia mí con esa manera suya de bajar la guardia sin rendirse.

—Una cosa no entiendo. ¿Por qué solo hay un día para esto? ¿No debería celebrarse siempre que uno quiera a alguien con el cuerpo también?

Yo quería decirle que sí. Que ojalá. Que lo del "sin compromiso" era una broma que ya no sabía contar bien. Pero me encogí de hombros. Porque había aprendido a no decir cosas en voz alta que sonaban demasiado a verdad.

—Supongo que, si se celebrara todos los días, dejaría de tener gracia.

Ella volvió a la cama. A mi lado. Con la camiseta, con la risa, con las dudas. Y se acurrucó en mi pecho sin pedir explicaciones.

No dijimos nada más. Porque a veces la piel es mejor dialecto que el lenguaje. Pero su respiración, al dormirse, parecía decir algo parecido a un "feliz día".

Y yo respondí sin hablar, pensando que, si me dejaba, celebraría ese día mañana también. Y pasado. Y el siguiente.

Porque hay fechas que no caben en un calendario. Y derechos que, cuando se rozan bien, merecen reincidencia. 

«La técnica sin amor al prójimo es un arma. Con amor, es medicina, puente y pan» (Friedrich Dessauer, nacido el 19 de julio de 1881 para aguar la fiesta a los amigos con derecho a roce… por lo leído en la frase)

Y nada mejor que la canción del vídeo para ponerle música al relato de hoy: amigos con derechos que no quieren llamarlo amor pero ya están ahí.

Tothom menteix quan estima

Ens vam besar com si fóssim dos ocells que no saben que la finestra és tancada. La seva pell feia gust de sal, i els seus ulls duien una tempesta dins. Jo volia jugar al joc, encara que em cremés. Em va dir que no estimava ningú, però tremolava cada cop que em deia "no em toquis". Jo, que havia fet del desig una religió i del dubte una fe, em vaig rendir.

Quan va marxar, vaig entendre-ho tot: ningú estima de veritat si li mostres com fer-ho sense por. I tothom menteix quan estima.


 

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