LA CONVICCIÓN
—No pienso, obedezco —dijo con los ojos brillando de orgullo, como si acabara de descubrir el sentido de la vida.
Nadie en la reunión lo contradijo. Aplaudieron. Fuerte. Como se aplaude en los estadios o en los entierros.
Lo habían nombrado jefe del bloque, no por lúcido, sino por inmune. A la duda, al matiz, a cualquier sombra de pensamiento. Había aprendido a reducir la realidad al tamaño de un eslogan y a levantar trincheras con palabras huecas.
Cada vez que alguien planteaba una objeción, él respondía: “¡Tú lo que quieres es dividir al movimiento!”. Y el movimiento se cerraba como un puño.
Años después, lo entrevistaron.
—¿Se arrepiente de algo?
Miró la cámara. Sonrió como si le preguntaran por el clima.
—Hice lo que había que hacer.
En su escritorio, aún conservaba una foto suya con el rostro deformado por la pasión, gritando bajo una pancarta: “La razón está sobrevalorada”.
Murió de viejo, condecorado y solo. A nadie se le ocurrió que quizás, un poco de inteligencia, le habría venido bien.
Pero eso ya no importaba. Lo recordaban por su firmeza.
Firme, como una piedra.
Y tan inerte como ella.
«El fanatismo es la única forma de voluntad que puede sustituir a la inteligencia» (Salvador de Madariaga, nacido el 23 de julio de 1886 para ayudarme a desarrollar el microrrelato de esta noche. Se miró el fanatismo desde el exilio involuntario desde 1936 hasta el final de su vida en 1978. Fue nominado en dos ocasiones al Nobel de la Paz y al de Literatura)
Y que cumplas muchos más de los 73 de hoy para poder cantar y contar más"chansons d'amour" ... y se la dedico, en especial, a mi querido y recordado Alberto que me estará siguiendo en alguna estrella. Ya imagino su sonrisa bajo su bigote cuando nos "vea" a los dos cantando canciones de Manhatan Transfer en una verbena de San Pedro allá a principios de los 70.
Cor suspès en fa menor
Al piano bar de l’hotel, mentre un cambrer pentina els glaçons dins d’un got llarg, ella canta. No per ell, no per ningú. Canta com si el món no hagués trencat mai res. Una veu de vellut i melancolia, una chanson d’amour que embolcalla les copes buides i les parelles que no ballen.
Ell arriba tard. Es queda dret, arran de paret, amb el cor repicant-li als ossos com un contrabaix desentrenat.
Ella el veu. No s’atura. En la nota final, sostinguda com un sospir que s’hi resisteix a morir, li clava els ulls.
Ni perdó ni retret. Només aquella nota.
El silenci cau com una ploma. Ell aplaudeix, sol. I ella marxa, amb els talons marcant el compàs d’un amor que ja no.
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