CÓMO ENSEÑARLE A QUEDARSE
Me lo preguntó con la voz aún llena de inocencia, como si el mundo no le hubiera estropeado los bordes:
—Mamá, ¿yo también voy a tener que irme?
Levanté la vista de la sartén. Los espaguetis aún no hervían, pero ya me ardía el pecho.
—¿A dónde? —le dije, como quien finge no entender para ganar unos segundos.
—No sé… como papá, o como el novio de Clara, que ya no la llama, o como ese chico que te gustaba, el de las plantas.
Tenía nueve años. Nueve. Y ya había entendido la coreografía: ellos vienen, tocan, sonríen… y luego desaparecen. Como si todo fuera una visita.
Como si quedarse fuera una trampa.
Apagué el fuego. Me agaché. Le toqué la cara. Tenía restos de tomate en la comisura de los labios. Y miedo en los ojos.
—Tú no tienes que irte a ninguna parte si no quieres.
—¿Pero los chicos tienen que irse siempre?
Respiré. No había respuesta corta. Ni limpia.
—No, cielo. A veces nadie les enseñó cómo quedarse. Solo cómo hacer que los quieran, pero no cómo sostener eso.
—¿Y cómo se aprende?
Me quedé pensando en todos los que lo intentaron mal. En los que vinieron solo a dormir, en los que tocaban mi espalda como si buscaran una salida de emergencia. En los que confundían deseo con presencia.
Y entonces le respondí:
—Se aprende escuchando con el cuerpo, no solo con los oídos. Preguntando sin miedo a lo que te digan. No huyendo cuando algo se pone incómodo. Diciendo: “no sé” en vez de mentir. Y quedándote aunque no tengas la respuesta perfecta.
Mi hijo asintió. Le brillaron los ojos.
—Entonces yo voy a quedarme.
—¿Con quién?
—Con quien no me asuste. Y con quien no se asuste si me quedo.
La olla empezó a hervir.
Volví a encender el fuego.
Mientras el agua burbujeaba, lo vi alejarse hacia su habitación, arrastrando el calcetín izquierdo como siempre.
Y por primera vez en años, pensé que aún había esperanza.
Que quizás la próxima generación no solo sabría irse bien, sino quedarse mejor.
Sin miedo.
Sin teatro.
Con hambre.
Con ternura.
«La empatía es el acto por el cual vivimos en otro y sentimos en nosotros su vida» (Theodor Lipps del 28 de julio de 1851, dejó por escrito lo que es el difícil arte de la empatía; es difícil porque la practicamos poco)
Y que cumplas muchos más de los 59 de hoy aunque tus canciones siempre huelan a humo de cigarro peleón.
Aquell 20 d'abril
Vaig obrir la capsa on guardava les cartes. La teva, la del 20 d’abril del noranta, encara feia olor de primavera mullada. La lletra tremolosa, els marges plens de dibuixets. Deies que t’avorries, que la comuna era un desastre, que encara pensaves en mi. Jo no vaig contestar mai. No sé si per orgull o per por d’entendre que tot allò, nosaltres, ja no existia.
Però avui, trenta-cinc anys després, he contestat. He escrit: “Jo també. Sempre.” I he deixat la carta al banc on ens vam besar per primera vegada. Per si tornes.
O per si encara hi ets.
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