A VECES ®
Me agrada andar durante horas sin destino fijo, hasta que una nube me invita a sentarme. Allí descanso, repaso el camino andado y me convenzo —aunque me quede poco— de que lo que falta no es final, sino continuación.
Me encanta tener a las aves por compañeras. Ellas, sabias y cómplices, me ofrecen sus espaldas como si supieran que busco otro planeta donde tenderme, cerrar los ojos y seguir viajando con la mirada. Me tumbo boca arriba y espero que caiga la noche: la Luna y las estrellas se encargan del resto. Me envuelven con su hechizo mudo, como quien abriga sin tocar.
Deseo eso. Estar solo. Volar sin moverme, imaginando que galopo entre nubes blancas, a lomos de un pájaro de alas infinitas, escuchando el silencio encendido que llega desde la oscuridad lunar.
Hoy me siento pequeño. Y tal vez por eso... hoy, más que nunca, necesito volar.
«La verdad no está en los hechos, sino en cómo los organizamos en un relato» (Harry Mulisch, nacido el 29 de julio de 1927 para organizarnos su vida a través de sus relatos; como much@s hacemos)
Hoy hubiese cumplido 68 años pero se quedó en 55, eso es lo que pasaba con los de la movida madrileña que tocaban la guitarra: que tenían veneno en la piel.
La camisa de l’última cita
Va sortir del bany deixant el mirall ple de boira i un perfum que només feia preguntes.
Duia aquella camisa blanca que feia mal als ulls. Semblava que brillava sola.
Semblava que t’estimava.
Tots al bar es van
girar.
Tu, també.
I vas somriure.
I quan et va demanar foc, vas pensar que la vida potser era això: un accident desitjat.
Quan vas despertar, la
camisa era teva.
Ella, no.
El coll encara et crema.
Però no pots deixar de posar-te-la.
No hay comentarios:
Publicar un comentario