sábado, 30 de agosto de 2025

EL LENGUAJE DE LAS NUBES

 

Aprendí tarde que las nubes no flotan: reptan. Se arrastran por el cielo como una carta que alguien escribió deprisa y dejó abierta sobre la mesa. Esta tarde las vi dictando sílabas de cobre sobre la cala: barcos inmóviles, una lengua rosa en el agua, los pinos en vigilia. Yo, analfabeto del cielo, miraba con la misma torpeza con que te miro la boca cuando dudar se me hace hábito.

Me enseñaste la gramática: los cirros eran adverbios de «casi», las nubes bajas, verbos en presente urgente; el cumulonimbo, tu manera de decir «ven». Repetí como un alumno aplicado: el horizonte es la raya que separa lo que prometimos de lo que nos pasa. Había brisa de balcón y sal en las pestañas. Si alzaba la mano, el viento me traducía en piel. Acariciarte fue aprender el alfabeto táctil: vocales en la nuca, consonantes en la curva de la cintura. Qué fácil leer el mundo cuando todo cabe en un cuerpo.

Pero el cielo, que es un profesor cruel, cambió la sintaxis. El naranja se volvió ceniza y las frases se deshicieron en paréntesis grises. Creí ver tu nombre—dos letras de luz—y luego nada. Supuse entonces que el futuro es un condicional con goteras; que el mar, paciente notario, solo da fe de lo que pierde. Las barcas dijeron «todavía», el oleaje dijo «despacio», y el último resplandor escribió en mayúsculas una orden que dolía y salvaba: «Respira».

Obedecí. No por valiente, por cansancio. Respiré tu ausencia como se respira después de correr, con un pecho que quiere abrirse paso a cabezazos. Y descubrí que el idioma de las nubes no se declina en adiós ni en vuelve, sino en un presente minúsculo que insiste. En esa insistencia vive lo que queda de nosotros: una terraza con vasos sudados, el rastro de tu aceite en mis dedos, tu risa escondida en una ola. Mañana sabré menos que hoy y estaré más vivo. Porque el cielo, cuando por fin lo entiendo, ya ha borrado la frase. Suelo quedarme mirando un rato; luego cierro la boca, y el cielo me contesta en borrador.

«No hay nada verdaderamente bello salvo lo que no puede servir para nada; todo lo útil es feo» (Quién escribió esta frase fue Théophile Gautier, todo un poeta. Era feo, bueno feísimo desde que nació el 30 de agosto de 1811 hasta su “traspaso” el 23 de octubre de 1873)

Uno de los que toca la trompeta en esa banda cumple hoy 72 años. Le deseo que cumpla muchos más y que siga enviando mensajes a Rudy. Pero de buen rollo. 


Missatge a quadres per a en Rudy

Rudy, deixa de fer el ruc, diu la trompeta quan el semàfor respira verd.

Les sabates llisquen pel terra de quadres blanc i negre del bar i el got balla. 

A fora, la pluja escriu punts suspensius damunt la jaqueta.

Jo et dic que el futur no és un tatuatge, que es pot esborrar si encara sua.

Escolta el ritme: pum, pum, pum.

No és amenaça, són compassos de salvament.

Vine, deixem que el baix et faci d’escaló.

Si et cau el món, jo el sacsejo fins que torni a sonar.

 


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