lunes, 4 de agosto de 2025

OLOR A HUMANIDAD

Somos agua con piernas. Eso ya lo sabías. Un 75% de ti, de mí, de esa señora que empuja en el metro, es agua. Los riñones, más aún: 83%. Un charquito con forma humana que habla y suda.

Y sin embargo, nos cuesta entender lo básico. Que si uno es agua, necesita agua. Por dentro, sí, pero también por fuera. El cuerpo lo pide, lo suplica a veces, cuando la piel grita en silencio y las axilas se organizan en huelga con pancartas invisibles.

Ducharse no es lujo, es lógica. Un acto revolucionario en tiempos de transporte público y termómetros en huelga de empatía. Agua y jabón: pareja perfecta. Añádele un poco de orden –primero lavar, luego perfumar– y no habrá conflicto nasal que lamentar.

Pero ay, cuántas veces rompemos ese equilibrio sagrado. Primero el desodorante, luego la colonia, y de fondo... ese tufillo traicionero de sudor añejo que se resiste a morir. Mezcla explosiva: humanidad en descomposición envuelta en fragancia de supermercado.

Hoy, 4 de agosto. Lunes. Y Barcelona huele a sobaco sin arrepentimiento. Sales de casa limpio, llegas al metro convertido en sopa. El vagón, una sauna con destino a ninguna parte. Y ahí es cuando comprendes: ducharse no es un acto individual. Es una declaración de amor a la comunidad.

Hazlo por ti, por tu pareja, por el señor que se agarra a la barra con resignación. Hazlo porque el mundo es ya bastante complicado como para añadirle la tortura olfativa de la indiferencia.

Y si dudas, recuerda al pez: feliz, nadando en su elemento. Tú también puedes ser feliz. Solo necesitas agua. Y un poco de consideración.

«Nada hay más revolucionario que enseñar a pensar» (Enrique Molina Garmendia, nacido el 4 de agosto de 1871 para ser un revolucionario. Se quedó en abogado, político, educador y filósofo en Chile que no es poco)

Hoy hubiese cumplido 37 años pero se quedó en 33. El título del grupo donde tocaba ya era toda una premonición pero un cáncer, de los más rabiosos, acabó con su voz. 

Quan vas arribar

No em vas somriure.
Ni tan sols vas mirar-me.

Però l’aire va fer olor de mango.
I les converses de l’altra taula es van apagar com espelmes.

Les meves sabates van oblidar l’equilibri.
El rellotge, el batec i la vergonya es van posar d’acord per fer vaga.

I llavors, vas girar el cap.

Només un segon.

Però aquell segon és la raó per la qual encara avui,
quan el sol es pon,
porto la camisa blava
i em quedo al mateix bar
esperant que tornis
sense dir res.




 

 

 

 

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