EL PACTO DEL SILENCIO
La montaña me recibió sin estridencias, con ese modo suyo de hablar a través del viento.
Los bastones clavados en la tierra eran apenas excusas: caminaba para escuchar, no para llegar.
El arroyo saltaba con la risa que yo ya no tenía, y el lago —sereno, inmóvil— me devolvía un rostro que parecía más joven cuando se reflejaba en sus aguas.
Allí todo era sencillo: piedra, hierba, nube.
Lo difícil era recordar por qué, abajo, siempre lo complicamos todo.
Me quité las botas, sentí la madera áspera bajo los pies y entendí el pacto: la montaña guarda silencio a cambio de que no la olvides.
Y yo, que nunca supe guardar secretos, esta vez prometí callar.
«El hombre no está hecho para aceptar pasivamente la realidad, sino para transformarla» (Rodolfo Mondolfo, nacido el 20 de agosto de 1877 para que la casualidad hiciese que nombre y primer apellido acabasen en idénticas letras. A veces, más de lo que nos gustaría, la realidad es mejor dejarla como está en vez de transformarla)
Y que cumplas muchos más de los 46 de hoy y, por supuesto, sin que pare la música que también te tienes que ganar la vida.
Ball de miralls
Les llums esclaten com si fossin petards dins la foscor. Els cossos s’acosten, s’allunyen, s’encenen, com si la suor fos gasolina i la música, el misto. Ningú pensa en demà: només hi ha el ritme que es clava al pit com un martell. Em mires, ric, gires el cap, però les nostres passes acaben trobant-se al centre del soroll. L’única pregària és clara, desesperada, dita amb els ulls: que el DJ no pari, que el món no torni, que el ball no sigui mai l’últim.
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