SALA DE CRISIS
El edificio del Ministerio olía a café requemado y a miedo, una mezcla tan espesa que hasta el ascensor parecía respirar con cautela. Lunes. Piso once. La “sala de crisis” era un acuario de trajes oscuros que evitaban mirarse, no fuera que la culpa se contagiara por contacto visual.
Laura, recién estrenada como ministra de Energía, sostenía un dossier confidencial. Tres semanas antes había sido la diputada de verbo afilado y manos limpias; ahora, tenía delante un contrato multimillonario con una cláusula tan minúscula como letal: diez años de monopolio para una empresa amiga.
—Si firmo esto, el país se endeuda hasta las cejas —dijo, con un hilo de resistencia que sonó casi ingenuo.
A su derecha, Gómez, subsecretario veterano, sonrió como quien ve a un cachorro ladrar a un coche.
—Ministra, así funciona el negocio. El presidente lo quiere, la prensa no lo sabrá… y su carrera —pausa de cirujano— quedará blindada.
Laura no contestó. La carpeta pesaba menos que la silla que la sujetaba. Entendió que el poder no se viste: se adhiere, viscoso, filtrándose por los poros.
En la esquina, Rivas, director general de contratos, hojeaba el documento con la destreza de un carterista en feria. Él siempre había sido así; el poder solo le había dado más calles y más bolsillos.
—¿Va a firmar o seguimos interpretando a la ministra honesta? —preguntó, sabiendo que la escena tenía final escrito.
Laura se inclinó.
—No lo firmo. Si el presidente lo quiere, que venga él a poner la firma.
El silencio se espesó. Gómez y Rivas se cruzaron una mirada de incredulidad, como dos bailarines a los que les cambian la música a mitad del paso.
Ella se levantó, carpeta en mano, y salió. En el pasillo, notó cómo el eco de sus tacones sonaba a victoria breve. Ya estaba calculando cuántas llamadas y cuánta presión harían falta para que dijera que sí. El poder ya había empezado a trabajarla.
«El poder corrompe a las personas peligrosamente o da la oportunidad a las personas corruptas.» (Alija Izetbegović, nacido el 8 de agosto de 1925 para ser el primer presidente de Bosnia-Herzegovina entre 1990 y el 2000; por eso sabía lo que se decía)
Hubiese cumplido 83 años, pero se quedó en los 72 fruto, tal vez, de una mala receta. No obstante le dio tiempo a pasar por un montón de grupos y dejar canciones tan conocidas y bailadas como la del vídeo.
Amor amb recepta
Vaig entrar al club com qui entra a una farmàcia a mitjanit, buscant una dosi d’alguna cosa que no sabia descriure.
Les llums polsaven com un cor accelerat, els ulls buscaven complicitats i les mans, excuses.
Ella va aparèixer amb aquell somriure
que feia olor de perill i mentides dolces.
La seva veu era el prospecte d’un medicament prohibit: advertències, dosis i
efectes secundaris.
Quan els seus llavis van tocar els meus, vaig saber que l’endemà patiria ressaca… però també que tornaria a la mateixa barra, a la mateixa hora, a la mateixa droga.
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