miércoles, 17 de septiembre de 2025

CURRICULUM VITAE (POST MORTEM)


 Murió un martes a las 9:07, pero su jefe no lo supo hasta el jueves, cuando dejó de responder a los correos. 

La máquina de café lo echó de menos primero. Al no detectar su habitual presencia a las 8:11, entró en pánico interno y mandó señales a la central del sistema: “Falta usuario. Mismo botón. Mismo ritual. Alerta”. Nadie leyó el mensaje, porque nadie lee a las máquinas. 

Takahiro llevaba veintitrés años sin faltar un solo día. Nunca se fue antes de las nueve de la noche, ni siquiera cuando nació su hija, ni cuando se le durmió medio rostro de tanto apretar la mandíbula. A eso le llamó “fatiga mandibular leve”. A la hija le llamó “colegio caro”. 

El lunes lo vieron en su sitio. Teclado, pantalla, informes. El martes, también. Bueno, lo vieron quieto, muy quieto. Demasiado. Pero como Takahiro siempre fue discreto, pensaron que meditaba. O que por fin había aprendido a no respirar tan fuerte. 

El miércoles, la señora de la limpieza lo rodeó con el plumero. Le limpió los hombros sin querer. No se movió. Ella pensó: “Qué trabajador más formal. Ni pestañea.” Y siguió con su cubo. 

El jueves, cuando el informe mensual no apareció milagrosamente en la carpeta compartida, el jefe se inquietó. Fue a su cubículo con cara de PowerPoint mal cerrado. 

—¿Takahiro? —preguntó, sin esperar respuesta. 

Takahiro seguía allí. Rigidez de compromiso. Olía a productividad en descomposición. 

Llamaron a emergencias. Luego a Recursos Humanos. Luego a su mujer. Luego al informático, para saber cómo recuperar su contraseña. 

El informe mensual fue enviado desde su cuenta una hora después, gracias al becario que copió el formato anterior y actualizó las fechas. 

En su funeral, su jefe dio un discurso: 

Takahiro era un ejemplo de entrega. Murió haciendo lo que amaba. 

Su hija, de diez años, preguntó: 

—¿Y qué amaba? 

Nadie supo responderle. O sí, pero daba vergüenza decirlo. 

La empresa le otorgó un reconocimiento póstumo: Empleado del Mes. Mandaron flores de plástico. Publicaron un homenaje en LinkedIn: “Nos inspiras a seguir dando lo mejor de nosotros.” 

En la siguiente reunión, se discutió cómo aumentar la resiliencia del equipo. Se propuso instalar sillas ergonómicas. Se desestimó por coste. 

El nuevo en el equipo se llama Koji. Tiene 26 años y muchas ganas de aprender. Hoy ha preguntado si puede irse a casa a las ocho. 

—Claro que sí —le dijo su supervisor con una sonrisa—. Pero eso se nota en la evaluación anual. 

Koji volvió a su puesto. Abrió Excel. Y rezó por vivir lo suficiente para jubilarse. Aunque fuera en otra vida.  

«El secreto para ser un estafador de primera es saber lo que quiere la víctima y cómo hacerle creer que lo está consiguiendo». (Quién nos dió este consejo tan práctico fue Ken Kesey nacido hoy hace 90 años justos pero al que no podemos felicitar porque sólo resistió hasta los 66) 

Curiosamente la canción del vídeo, Lluvia de noviembre, se lanzó un 17 de setiembre de 1991 ¡Vaya usted a saber porqué!

El solo sota la pluja 

La ciutat cruix com una guitarra desafinada. T’esperava al portal i el paraigua feia d’escut ridícul. La pluja de novembre em mossegava els turmells, olor de llana molla, gust metàl·lic als llavis. Algú xiulava un solo interminable, i jo vaig entendre la llei: allò que es retarda es trenca. Vaig plegar el paraigua, vaig deixar que l’aigua m’afinés la veu i et vaig dir adéu sense cridar. L’eco va fer d’aplaudiment. La nit, discretament, va tornar a començar. 

2 comentarios:

  1. El trabajo lo iba consumiendo poco a poco, pero no se detenía. Cada jornada era un sacrificio silencioso. Y, sin embargo, cada mañana llevaba a su hija al colegio privado con una mezcla de orgullo y cansancio. Sabía que aquel uniforme, aquellos libros nuevos, significaban oportunidades que él nunca había tenido.

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    1. ¡Gracias por tu aportación! Y si, es una historia que se repite a menudo: querer que nuestr@s hij@s sean mejores que nosotr@s.

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