DOBLE RACIÓN DE RÉGIMEN
La báscula dijo «hola» con el mismo tono que un inspector de Hacienda. Le respondí con una dieta: proteínas, verduras y arrepentimiento al horno. Primer efecto secundario: la nevera brillaba como quirófano y mi apetito empezó a mandar notificaciones con sonido de alarma.
Pronto entendí el truco: la dieta no iba de comida, iba de verbos. Prohibido untar, repetir, morder, llamarte. El entrenador lo celebró: —¡Disciplina!—, como si yo fuera un soldado de lechuga. Él medía pliegues; yo, silencios. En la oficina se reían los donuts; yo sonreía con olor a pepino. Barcelona, mientras, servía olor a pan por las esquinas, muy poco solidaria con mi sacrificio.
Y llegó la abuela, versión leyenda urbana que vive en mi cabeza y no paga alquiler: «Si con un régimen te quedas con hambre, haz dos». Tomé nota con la solemnidad de quien firma un pacto internacional. Al de calorías le añadí el de afectos: modo ahorro de cariño, mensajes en dieta hipocalórica, besos sin gluten. Cerré la boca y, de paso, el pecho. Bajé gramos y llamadas.
A la semana, cena ejemplar: dos platos blancos con nada, agua con hielo y una app que me aplaudía por portarme como un santo triste. Serví ración doble de vacío: uno para el cuerpo obediente, otro para el deseo esposado. Brindé conmigo mismo y sonó hueco.
Entonces lo vi: no tenía hambre, tenía hambre de mí. Apagué el noticiero del nutri-evangelio, abrí el cajón secreto y saqué la oposición: dos croissants de mantequilla, mantequilla de verdad, esa que hace ruido al rendirse. Los acompañé con tu nombre en voz alta, tostado por ambos lados. Masticar también es un derecho.
Fue política doméstica, no gula: derogué en mi cocina el estado de alarma calórica y el toque de queda sentimental. Los decretos se rompen mejor de dos en dos; hacen un ruido precioso.
A la mañana siguiente la báscula marcó 0.0, no porque pesara menos, sino porque me subí sin miedo. Desayuné doble y, sorpresa, no ardió el mundo. Me escribió el entrenador: «¿Has caído?». Le respondí con una foto de mermelada y la frase de la abuela, reformada por mayoría absoluta: si con un régimen te quedas con hambre, haz dos… y atrévete a cenártelos.
«Revolución: Movimiento político que ilusiona a muchos, desilusiona a más, incomoda a casi todos y enriquece extraordinariamente a unos pocos. Goza de firme prestigio» (Esa frase es de Adolfo Bioy Casares, nacido el 15 de setiembre de 1914 para que le diesen el premio Cervantes en 1990. Me extraña que solo le diesen ese premio porque merecía muchos más. Solo hay que ver la definición que hizo de Revolución. Insuperable)
Hoy la canción del vídeo cumple 39 años y, para mi, cumplirá muchos más.
Manual de manteniment per a cors mortals
Quan la nit es fa de vidre, dic al riu: no vull eternitat, només una estona sense rellotges. Ella riu, amb gust de poma verda, i em pinta un sol a la galta. A la plaça, un violoncel tremola com una tassa a punt de caure. «Vols viure per sempre?», pregunta. Miro les factures doblegades, la cicatriu que encara recorda el teu nom. Prefereixo el risc: viure prou per cremar-me els dits i tornar a buscar-te. La immortalitat és un passaport sense país; el meu país ets tu.
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