domingo, 14 de septiembre de 2025

HASTA QUE EL SUEÑO NOS SEPARE

Entro descalza para no romper la noche. El pasillo huele a polvo tibio y promesa. Te miro dormir: boca entreabierta, la sábana pegada a la curva que reconozco con los ojos cerrados. Exhalo sobre tu piel aun a distancia; el aire se calienta y la tela lo cuenta.

Me arrodillo al borde de la cama. Dejo caer el cabello como cortina y acerco la boca. No te toco, todavía. Te dibujo saliva en el aire: un alfabeto invisible que va de tu clavícula al ombligo. Tu respiración cambia de ritmo y, sin abrir los ojos, me buscas. Cuando mi mano roza la comisura de tu labio, la atrapas con la tuya y asientes. Sí. Consentida, entro.

Deslizo la palma por tu costado hasta el vientre; el pulso nos golpea a la vez. Separas las piernas con esa pereza que despierta la ciudad en agosto. Rozo muslo interior, beso la piel donde empieza el temblor. Mi lengua baja como un anzuelo lento: ombligo, pubis, el borde húmedo que me recibe. Sabes a fruta nocturna y a sal subterránea. Te detienes un segundo en mi cabello, marcas el compás. Yo obedezco y desobedezco: rodeo, chupo, vuelvo, aprieto, respiro. Tu clítoris late como un secreto recién contado y tus caderas negocian con la gravedad.

Shh, me dices sin voz. En la habitación contigua, tu marido ronca, fiel a su pasado de motor viejo. El peligro afina el oído y vuelve más brillante la lengua. Te sostengo con la mano izquierda y con la derecha te abro el mapa. Cuando subo dos dedos muy despacio, tu espalda escribe una tilde en el colchón. Me miras por fin, despierta del todo; hay humor en tus pupilas y hambre en tu cuello. Me tiras hacia arriba y me muerdes el hombro. Nos reímos muda y torpemente; una carcajada suprimida sabe a delito compartido.

Me siento sobre ti, me acomodo, guiamos juntas hasta que el eje encaja. El sudor nos ata por zonas: el vientre, las ingles, la base de la nuca. Barcelona respira detrás de la persiana; una moto pasa y su vibración marca el último empujón. Pronuncias mi nombre como un juramento y te rompes en oleaje pequeño. Yo caigo después, demorándome lo justo para memorizar tu cara cuando te rindes.

Nos quedamos quietas, con la risa encendida en la boca. Vuelves a bajar los párpados; beso el hueco de tu axila, ese sitio que huele a casa. Recoloco la sábana, borro las pruebas que pueda, salvo esta fiebre que me llevo en los dedos. Me pongo de pie: rodillas temblorosas, dignidad en puntas. Salgo sin ruido, como si el pasillo cerrara la boca tras nosotras.

Hasta que el sueño nos separe. Ya veremos qué negocia la vigilia con este incendio.

«La razón no puede establecer valores, y creer que puede es la ilusión más estúpida y perniciosa.» (Allan Bloom, nacido el 14 de setiembre de 1930 para ser un filósofo razonable durante los años que vivió: hasta 1992)

Este año abandona la cuarentena (de años) así que ya va siendo hora que espabile y vuelva a encender otra canción.

Interruptor de pell

Quan dius “turn me on” no busco endolls: busco la teva clavícula. Hi passo el dit i s’encén una ciutat a sota la pell. L’ascensor de la teva veu puja a planta àtic; obro la terrassa de la llengua i el vent porta música de neó. Els teus malucs fan clic, com un botó de “play” que mai no para. Ens riu l’ampolla, la llum fa tremolar els gots. Em mires i el món surt de standby. Apago el mòbil, deixo el cos en automàtic. Fes-me corrent. Jo poso la tempesta.


 

 

 

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