EL SUJETADOR COMO BANDERA
—A las mujeres se las respeta, pero no se las escucha —decía mi abuela, pelando patatas con una parsimonia que parecía ideológica.
Nadie le discutía. Ni siquiera yo, que ni la escuchaba ni sabía muy bien a quién se refería. Lo soltaba como quien recita el padrenuestro, por si acaso.
Durante años repetí esas frases sin querer, como una contraseña para encajar.
—Esto siempre se ha hecho así, ¿no? —dije una vez en una reunión, sin saber exactamente a qué me refería.
—¿Y eso es bueno o malo? —me preguntó Clara, una compañera nueva, con esa sonrisa que mezcla ironía y lástima.
No supe qué responder. Me encogí de hombros y fingí mirar el móvil.
La grieta empezó ahí.
Pero se abrió de verdad en Lisboa, una tarde que decidí saltarme una conferencia sobre liderazgo emocional. Caminé sin rumbo hasta que una calle empinada me llevó a un café con sillas de plástico y camareras que no te preguntaban si todo estaba “a tu gusto”.
—Um café e um pastel de nata —dije con acento de turista y gesto de disculpa.
La camarera me miró sin simpatía, ni desprecio. Solo me miró.
—Está bem —respondió, y se fue.
Me senté al fondo. Desde allí vi cómo una mujer discutía con el tipo que parecía ser su ex. No gritaban. Se hablaban como dos personas que han aprendido a decir lo mismo con palabras distintas.
—No es por ti —decía él.
—Ya, claro. Es por tu miedo —respondía ella.
Él bajó la cabeza. Ella se fue sin mirar atrás.
—¿Bonito, no? —me dijo alguien a mi lado.
Era Inês. Tenía una cicatriz en la ceja y una voz que sonaba a domingo.
—¿Bonito? —pregunté.
—Ver cómo alguien se despide bien. Sin ruido. Con dignidad.
Nos quedamos callados. Luego me llevó a su barrio, como si supiera que lo necesitaba.
—Aquí me rompí —dijo delante de una puerta con buzones oxidados.
—¿Y volviste?
—En ese balcón. Colgué mi ropa interior como quien cuelga una bandera.
La señaló con el dedo. Un sostén rojo se mecía al sol.
No hice preguntas. No hacían falta.
Volví a casa con una maleta pequeña y la cabeza revuelta. No cambié de golpe, pero dejé de repetir frases como si fueran dogmas.
—Eso no se puede cambiar —me soltó mi tío hace poco, viendo las noticias.
—¿Y si no se trata de cambiar, sino de mirar desde otro sitio?
Me miró raro. Se rascó la barriga. Cambió de canal.
Ya no discuto. Solo cuento historias. Como esta. Y dejo que cada cual vea lo que quiera.
«Demasiado hablar sobre algo no lo vuelve más claro; más bien debilita la luz de la verdad.» (Esta frase la dijo y escribió, Moses Mendelssohn que nació tal día como hoy pero de 1729; y fíjate que aunque hablemos de la mencionada frase algun@s continuarán sin entenderla)
La señora que canta en el vídeo cumple hoy 51 años lo que es un milagro si nos atenemos a cómo conduce. En cualquier caso: absteneros de imitarla por favor.
Semàfor verd, cor vermell
Jo jugo a perdre’t primer. Tu jugues a guanyar-me després. L’asfalt fa olor de goma calenta i la ràdio xiuxiueja una cançó que ens coneix massa. Baixo la finestra: la nit entra com un gos alegre. Pedal a fons, riem quan la línia contínua es torna puntets. A la sortida del pont, m’ensenyes la mà buida: cap promesa. Giro el volant una mica, prou per sentir el món vacil·lar. El nostre joc preferit no té final. Es repeteix fins que algú, algun dia, diu prou.
No hay comentarios:
Publicar un comentario