EL INSOMNE QUE SOÑABA POR ENCARGO
Todo empezó cuando dejó de dormir para poder soñar.
En la consulta del neurólogo no encontraron nada: ni apnea, ni estrés, ni adicción a las pantallas. Solo un leve temblor en el párpado izquierdo y una curiosa costumbre de cerrar los ojos mientras los demás hablaban.
—No sueña porque no duerme —dictaminó el especialista con sonrisa de manual.
Fue entonces cuando se le ocurrió ofrecerse como soñador freelance.
Instaló un pequeño anuncio en una página de favores raros: “Soñador lúcido a domicilio. Usted decide el tema; yo, el argumento.”
Aceptaba encargos de todo tipo: reconciliaciones imposibles, juicios ganados por fin, reencuentros con muertos que llegaban en trenes sin horario. Era rápido, discreto y escribía las crónicas del sueño con una caligrafía casi japonesa.
Los primeros clientes fueron escépticos, pero luego vinieron otros. Muchos. Uno le pidió soñar que nunca había nacido. Otro, que volvía a la infancia con la seguridad emocional de un adulto. Una mujer le encargó veinte noches consecutivas soñando con su madre ya difunta, pero con el rostro de la actriz Diane Keaton.
Para entonces, él ya no vivía en este lado. Dormía apenas cinco minutos al día, lo justo para reiniciar el cuerpo como un módem antiguo. El resto del tiempo lo pasaba soñando ajeno.
Los problemas empezaron con los sueños encadenados. Una clienta habitual pidió una continuación. Luego, un spin-off. Después, una versión corregida del episodio cuatro donde el padre, en vez de abrazarla, simplemente asentía desde lejos.
El soñador intentó negarse.
—Los sueños no son series —protestó—. No se editan.
Pero ella lloró, y él accedió. Soñó el cambio.
Y entonces ocurrió lo inesperado: empezó a soñar lo que otros habían soñado a través de él. Sueños reciclados, alterados, interferidos. Un despacho en el que su subconsciente ya no le pertenecía.
El insomne que soñaba por encargo había perdido la clave de su propia entrada. Cada sueño era ahora un laberinto compartido.
Intentó retirarse.
Escribió
una nota de despedida, un mensaje a todos los clientes:
“A partir de hoy solo aceptaré sueños propios. No se admiten encargos.”
Nadie respondió.
Solo una carta llegó por correo, sin remitente: "Si ya no eres tú quien sueña, ¿quién escribe esta carta?"
Desde entonces, duerme a veces. Pero no descansa. Y cada vez que despierta, encuentra una nueva nota bajo la almohada.
Una petición.
Un título.
Una dirección.
Y una frase final: “Por favor, no lo olvides. Es mi sueño.”
«La mente ni existe ni no existe.» (Pues me ha dejado hecho un lío Francisco Varela, nacido el 7 de setiembre de 1946. Ahora no sé dónde tengo mis pensamientos … y a él ya no se lo puedo preguntar)
A quién tampoco oiremos cantar nunca más, en directo, es al caballero del vídeo. No sé si la parca lo encontró con el abrigo puesto pero creo que no. No era friolero. Estuvo por aquí, 40 años: desde el 7 de setiembre de 1957 (ahora solo tenéis que sumar y sabréis cuándo nos dejó)
Amb l'abric posat
Em vas dir que les presses despullen pitjor que les mans. El bar feia olor de llima i suor antiga; la jukebox va empassar una moneda i va encendre una cançó descarada. Vam brindar amb vi de cirera, el glaç tocant les dents. Ballàvem a mig metre: els abrics, pesats, com un pacte. La teva rialla em va planxar totes les arrugues. Em vas xiuxiuejar: «no cal». Quan vas marxar, la cremallera es va encallar; vam riure. L’univers, còmplice, també ens volia intactes.
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