COBERTURA LIMITADA

Hay quien se planta papel de aluminio en la cabeza para “mejorar el wifi del cerebro”. Suena ridículo… hasta que recuerdas que nosotros hacemos algo parecido: nos forramos el día con notificaciones, titulares y opiniones ajenas, convencidos de que más señal traerá claridad. No. Más rayas en la esquina no es más verdad.
El casco de aluminio sirve como metáfora doméstica. Piensa en tu atención como en el internet de casa: llega hasta donde llega, se llena de interferencias, y cuando todos los cacharros se conectan a la vez, la conexión se queda pensando —ese reloj de arena eterno— y te dan ganas de tirar el mando por la ventana. El prójim@ irrumpe con sus “novedades” y urgencias, se cuela en nuestra red y la satura. Entonces confundimos ruido con compañía y llamamos “estar cerca” a estar pegados a la pantalla del otro.
Otro autoengaño: creer que cuantos más datos tienes de alguien, mejor le conoces. Eso es fe tecnológica aplicada a los afectos. La cercanía informativa no es intimidad; a veces solo inaugura distancias nuevas. Cuanto más “sé” del prójim@ (su desayuno, su pena comprimida en veinte segundos, su opinión precocinada), más me alejo de él… y, sobre todo, de mí. No por soberbia: por cansancio. El yo se vuelve borroso cuando lo de fuera está en alta definición.
La alternativa no es meterse en una cueva, sino cambiar la función del casco. No para “captar más”, sino para filtrar. En vez de buscar potencia, bajar el volumen. Llamémoslo modo avión relacional: un rato sin cobertura para ordenar el mapa. Sin pausas no hay pensamiento; solo una rueda dando vueltas. La soledad breve no es desprecio: es mantenimiento.
Si lo explico “como Nobel” —déjame la broma— diré que el cerebro rinde mejor con menos ruido: menos interferencia, más señal con sentido. Si lo explico “como poeta”, te diré que el silencio es una casa vacía donde por fin oyes tus pasos. Si lo explico “como tu amiga sensata”, te recordará que no hace falta opinar de todo para ser buena persona.
Me quedo con la mezcla: cercanía dosificada, conversación lenta, presencia con nombre y apellidos. Ni desprecio ni disolución. Un cortafuegos de ternura: filtra lo que rompe, deja pasar lo que cuida.
Cuidado con los sesgos: el hastío del feed puede esconder un clasismo suave o pura fatiga moral. Y el casco permanente es otra trampa: lavarse las manos de la vida común en nombre de la salud mental. El antídoto es simple y trabajoso: menos “enterarme de ti”, más “escucharte”; menos escándalo, más pregunta; menos prisa, más mesa.
Al final, la cobertura limitada no es huida: es elegir. Decidir a quién le das tu contraseña. Salir a la calle con el casco guardado, volver a casa y ponértelo un rato, lo justo para que la mente respire. Porque sí: cuanto más conozco al prójim@ —a su versión comprimida y con prisa— más me alejo. Y cuanto más le escucho sin pantallas, sin casco y sin urgencia, más me acerco. Ahí está la paradoja. Y ahí, el título, por fin, hace clic.
«Quienes aspiran a convencer a una nación de que se esfuerce deben recordarle tanto aquello de lo que puede enorgullecerse como aquello de lo que debería avergonzarse.» (Poc@s aspirantes debió encontrar Richard Rorty, entre el 4 de octubre de 1931 y el 8 de junio de 2007, porque nos hemos vuelto vagos de solemnidad)
Lo cierto es que no trabaja en una tienda de animales, es el teclista de un grupo que no para de pecar. Hoy cumple dos tercios del número de la bestia: cumplir los tres sería bestial.
Em van dir que tot era culpa meva: besar fora d’hores, mentir amb els ulls, voler-te massa. Ara el neó em bateja de nou i el teu perfum fa d’encenser. A cada pas, una absolució imperfecta: mossego el record, tu rius amb aquell fervor d’heretge. El món jutja a porta tancada; nosaltres, a pista oberta. Quan calla el baix, m’arriben totes les campanes del col·legi. I encara així t’agafo la mà. Si és pecat, que sigui d’aquests que taquen poc i escalfen molt. Demà ja resarem. Avui vivim.
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