viernes, 3 de octubre de 2025

 EL RITUAL


A la hora en que la ciudad se quita los tacones y se pone chanclas, ella baja al descampado con una caja que pesa más de lo que admite. Dentro van los restos del día: un “visto” sin respuesta, la sonrisa de cartón del jefe, la promesa que caducó antes de abrirse. A veces cuela también una ilusión pequeña —por si hay rebajas—; aprendió que el fuego es igualitario y no pregunta.

No prende de golpe. Le gusta domesticar la chispa, oír cómo muerde primero los bordes, cómo se anima en cuanto huele papel con rencor. Las llamas no bailan para ella: bailan de ella, como si supieran dónde dolió. Ella no se mueve, pero el pecho le lleva la cuenta: inspira con el crujido, expira con el chisporroteo. Un metrónomo que no marca horas, marca heridas.

No invita a nadie. El humo hace de notario y firma en el cielo una versión ilegible de su día. Hay noches en que confiesa más de la cuenta y noches en que apenas alcanza para calentarle los nudillos. Cuando el naranja se arruga en brasas y ya sólo respiran los puntos rojos, el peso cae al suelo como si tuviera piernas.

Entonces recoge las manos vacías y vuelve. Camina ligera, casi insolente, con la sensación exacta de haber dejado un equipaje sin reclamar.

Al amanecer, la caja vuelve a llenarse. Entra otro correo, otro gesto torcido, otro “luego vemos”. Pero hay algo que no vuelve. No es la esperanza —esa siempre regresa con gafas de sol—. Es lo único que el fuego no consigue: ella misma, intacta donde quema. Y por eso repite: para recordar que lo importante, justamente, no arde.

«La guerra es un negocio mejor que la paz(No fue un analista político quién pronunció la frase, fue Carl von Ossietzky nacido el 3 de octubre de 1889 y premio Nobel de la Paz en 1935.)

Lo malo de las mandarinas no es su sabor, es el olor que te dejan en las manos y en el ambiente aunque, a la señora del vídeo no le afecte. Y mucho menos en su 56 aniversario  ¡que cumpla muchos más! 

No em diguis res

Quan vas dir “no parlis”, vaig olorar mandarina a la cuina: la pell esquinçada, com nosaltres. El disc encara girava i el solo feia veure que no passava res. Jo vaig assajar un somriure inútil, d’aquells que tapen forats com un esparadrap vell. Els teus ulls em descomptaven inventari: records, promeses, dos gots amb llavis vermells. Vaig callar per no perdre més. El silenci va emplenar-ho tot, com pols sota el llit. A la porta, em vas tocar l’espatlla. Encara avui sento aquell toc: com una paraula que s’ha rendit.


 

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