EL ÚLTIMO GUERRERO
El túnel respiraba por heridas. Cada bocanada de humo sabía a pila chupada y a miedo con saldo. La luz de emergencia sangraba en los azulejos; el metro detenido gemía como un animal viejo. Yo caminé primero, con la garganta ardiendo y los ojos empañados por algo que no era humo.
—¿Hay alguien? —pregunté, y la voz me volvió rota. Del fondo me contestó un chisporroteo y después él: casco en la mano, el costado hundido, el pecho subiendo a trompicones. Tenía los labios partidos, un hilo oscuro bajando al mentón. Nos miramos como dos niños que esconden la honda detrás de la espalda.
—¿Eres de los míos? —dijo, con una fragilidad que no venía en el uniforme.
Me dolieron los nudillos sin saber por qué. Recordé la carrera, el tropel, el golpe sordo contra una nuca anónima, la mentira que decimos para dormir: que hay bandos, que la culpa siempre lleva otro nombre. Podía decir que sí, podía acabar allí mismo la geometría de mi vida.
—No —respondí—. No soy de los tuyos.
Algo metálico rodó y me tocó la bota. Un lanzador apagado. Lo levanté y me tembló el antebrazo, como si pesara la historia. Él dio un paso. Olía a plástico caliente y a miedo recién planchado. Me vio entero: sudadera con una A rota, manos tiznadas, ojos salinos.
—Entonces… ¿no eres policía? —preguntó casi aliviado.
Negué. Se le descosió una sonrisa mínima. —Nuestro último guerrero murió anoche —susurró, como quien nombra a un hermano.
Me tragué el gusto metálico que me subía a la lengua.
—Entonces la guerra se ha terminado —dije.
Él asintió apenas. No había épica, solo el cansancio limpio del después. —¿Y quién ganó? ¿Vosotros o nosotros?
El humo respondió con un quejido eléctrico. Tiré el arma al túnel, donde las sombras aprenden a respirar bajo el agua. Le tendí la mano. Era caliente, frágil, humana: una luz de cuerpo chocando contra otra. La apretó, y algo por dentro hizo clic, como un interruptor que vuelve a casa.
—Nosotros —le dije—. Tú y yo.
Subimos por la pasarela. El aire fresco me pellizcó la cara; llevaba sal, óxido y una promesa absurda. A lo lejos, el primer convoy volvió a latir. No sabíamos qué dirían afuera, ni quién firmaría el parte. Solo que, por una vez, el mundo se sostenía en la presión tibia de dos manos sucias.
«Se puede decir que una época termina cuando se agotan sus ilusiones básicas.» (Esta frase de Arthur Miller, nacido tal día como hoy de 1915, me ha hecho reflexionar durante un rato. Justo hasta que se me ha acabado la época de la meditación)
La señora estupenda del vídeo protagonizó el "streptease" más casto de la historia del cine. Un desnudo integral de brazo. Sin embargo eso le hizo merecedora de una ostia memorable que será recordada eternamente. Hoy hubiese cumplido 107 años pero es mucho mejor recordarla como aparece en la escena.
El guant que no cau
La nit s’obre com un guant mig tret. Al bar, algú busca culpables i jo, amb el llavi mossegat, assenteixo: “a la Mame, sempre a la Mame”. A fora, el vent fa de recluta: arrossega promeses, escampa fum i perfum barat. Ballo amb l’ombra d’algú que ja no hi és; em queda la seva rialla penjada del colze, com seda terca. Quan cau la primera mentida, ningú mira a terra. Jo sí. Hi ha un botó brillant que no és meu. I el recullo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario