FRUTA PROHIBIDA

Desde hace semanas mi mujer me vigila. No disimula: se asoma cada mañana a la ventana mientras yo finjo hacer estiramientos en el jardín. Dice que confía en mí, pero sus ojos se clavan en mis manos, como si esperara que alguna fruta indebida rodara por el suelo.
Tiene razones. Fui imprudente al elogiar el dulzor de los melocotones de la vecina. Desde entonces, cualquier mordisco mío suena a traición.
He aprendido. Ya no salto la valla ni tiemblo ante la tentación. Solo espero que el árbol, generoso, deje caer al suelo lo que ya está maduro. Y así, mientras ella me observa desde su trinchera de cortinas, yo recojo el fruto caído. Sin culpa. Sin ramas. Sin testigos.
«Mi determinación no es aferrarme obstinadamente a mis ideas; las dejaré y adoptaré otras tan pronto como se me muestren razones plausibles que pueda comprender.» (Esta es la frase original –mucho más erudita- dicha por Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”. La formuló Anton van Leeuwenhoek entre el 24 de octubre de 1632 y el 26 de agosto de 1723)
Menos mal que estás todavía aquí con 62 años y, por mi parte ya sabes, que cumplas muchos más.
L’aire de la teva pell
Quan no hi ets, el llit s’encongeix.
Les teves arrugues al llençol es tornen mapes que busco amb la punta dels dits, com si poguessin tornar-me a la teva pell.
L’aire conserva la teva olor —una barreja de sal i silenci— i m’hi fonc dins, despullant-me d’absència.
Tanco els ulls i et sento darrere meu, respirant-me, traçant camins d’aigua pel coll.
Llavors el món s’atura, i el teu nom em crema als llavis, lent, com un secret que no goso oblidar.
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