viernes, 10 de octubre de 2025

 NOCHE EN LA PLAYA DE OTOÑO

 

La luna no sube: se queda baja, como si también tuviera pereza de cumplir años. La marea respira hondo y nos deja la orilla limpia, fría, perfecta para los pies que ya no corren pero todavía recuerdan. Descalzarnos es una pequeña insolencia; la arena está húmeda, finísima, como si alguien hubiera tamizado la noche para nosotros.

Extiendo la mantita. Cruje la lana, raspa un poco, y ese roce me trae un catálogo entero de inviernos. Te sientas a mi lado sin ceremonia, y el abrigo se nos vuelve tienda de campaña: dentro hay un clima propio, un secreto lento donde tus manos tibias encuentran las mías y las aprenden de memoria como si hoy fuera el último examen.

No hablamos de nada importante, y por eso hablamos de todo. Contamos mareas que no vimos, vecinos que ya no saludan, canciones que nunca supimos bailar. El mar escucha, magnánimo. Yo acerco la cara a tu pelo y me llega el yodo, la sal, un perfume suave que yo juraría que inventaste para esta noche. Te beso en la sien: sabe a otoño, a brasa discreta, a fruta que madura sin hacer ruido.

La ciudad al fondo parpadea como un pueblo de pesebre; aquí el mundo ocurre a cámara lenta. Meto los pies en el borde del agua y me muerdo un quejido. Tú te ríes bajito, con esa risa que afloja las vértebras. Te ofrezco mi brazo bajo el abrigo, y vienes, y encajamos mejor que ayer, peor que mañana, exactamente como hoy.

—Qué suerte tener frío contigo —dices.

Y el frío cambia de nombre. Se vuelve puente, excusa, contraseña. Me acuerdo de cuando el futuro era un deporte de riesgo y nosotros dos aún entrenábamos. Ahora el futuro es esto: una luna cansada, una manta con historia, dos cuerpos que se reconocen con tacto de primera vez.

El agua llega un poco más, nos toca los dedos como si nos diera la bendición. Recojo la mantita, tú guardas las manos en mi pecho —calefacción central— y nos levantamos sin prisa. Caminamos bordeando la espuma, dejando huellas que la noche corrige a su manera. No perdemos nada; lo que importa camina con nosotros, debajo del abrigo, al ritmo del mar.

«Es terrible decirlo, pero es verdad: si no fuera por las desgracias del pueblo, miles de nuestros intelectuales serían profundamente infelices… ¿Sobre qué habrían de clamar y escribir?» (Aunque Iván Alekseyevich Bunin dijo esa frase entre el 10 de octubre de 1870 y el 8 de noviembre de 1953 es completamente actual. Lo único que habría que añadir es a los medios de comunicación y a l@s pijoprogres desocupad@s. Por cierto, fue premio nobel de literatura en 1933)

Es curioso que quién canta sobre el envejecimiento en ese vídeo lo hiciese con 25 años y él no pudiese llegar más que hasta los 72. El "bicho" maldito llamado Covid-19 le ganó la partida en 2020.

Truca’m pel nom de sempre

Vaig passar pel portal vell i vaig xiuxiuejar “hola, aquí dins”. Els bústies, com boques cansades, no contestaren. Dalt, l’ascensor respirava rovell. La iaia Emília va obrir amb ulls d’ampolla buida. “Arribes tard”, va dir; però em va donar la mà com qui encén llum. A la cuina, el rellotge remugava lletres. Li vaig explicar mentides bones: que el mar trucava, que els plàtans encara riurien demà. Ella va somriure, i l’habitació es va eixamplar. No calia cap miracle: només algú que digués el seu nom complet.


 

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