LA FIRMA PENDIENTE
Tardé media vida en volver y, aun así, llegué demasiado pronto para lo único que importaba.Me arrodillé frente a la lápida, como si el mármol pudiera mirarme por fin a los ojos. La tierra olía a humedad vieja y a flores cansadas. Pasé los dedos por su nombre, letra a letra, como quien lee en braille una culpa que se ha aprendido de memoria.
—He tardado —susurré—. Ya lo sé.
Repasé la lista: los años sin llamar, las discusiones recicladas, las frases que se lanzan como platos y se recogen como silencios. Orgullo, rencor, miedo. El trío de siempre, afinado a la perfección.
Me incliné más, hasta casi apoyar la frente en la piedra.
—Vengo a pedirte perdón —dije, y la voz me sonó ridícula, como si llegara a destiempo a una función ya terminada.
Esperé algo. Un viento extraño. Un pájaro inoportuno. El típico signo barato con el que uno se conforma cuando necesita creer en algo. Pero no pasó nada. Ni susurros, ni señales, ni consuelo.
Solo el ruido lejano de un coche, una puerta del cementerio cerrándose, mi respiración desordenada.
Entonces me di cuenta: lo único vivo allí era yo.
Me senté en el suelo, torpe, y saqué del bolsillo un bolígrafo que ya no pintaba y un recibo arrugado. Escribí dos palabras, con tinta invisible:
“Te perdono”.
Las leí en voz baja y, al repetirlas, algo chirrió por dentro. No encajaban bien dirigidas hacia la piedra. Probé otra vez, cambiando el destinatario, como quien corrige un contrato mal redactado:
“Me perdono”.
Esta vez dolió distinto. Como si al firmar, la lápida se moviera un centímetro… pero dentro de mi pecho.
Doblé el papel, lo enterré en la tierra húmeda, justo al pie de la tumba. No por si ella lo leía, sino para recordar dónde lo había dejado.
Por si algún día, al volver, hiciera falta desenterrarlo y volver a firmar.
«Porque nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representantes.» (Lo mismo que dijo en su día Xavier Zubiri, nacido el 4 de diciembre de 1898, lo digo yo como frase de recomendación en el guatsap: “Sé tu mism@; los demás puestos están cogidos”)
Hoy cumpliría 81 años, pero hace más de 42 que se fue surfeando una ola... en mala hora.
Onades de cartró
Quan sonen els primers acords de Surfin' U.S.A. al transistor rovellat del xiringuito, en Pol tanca els ulls. A la ràdio parlen de platges infinites i taules llampants; ell només té una planxa de porexpan, esquerdada, que es nega a jubilar.
L’onada arriba, bruta d’escuma i de crema solar barata, i ell s’hi llença igualment, com si Califòrnia fos a tres braçades de la Costa Brava. Quan cau, riu. Ningú el grava, ningú l’aplaudeix. Però, per un instant, el mar és seu.

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