jueves, 11 de septiembre de 2025

 INTERESES DEVENGADOS (III)


Una tarde me senté con la tía Fina en su cocina y le conté mi teoría de la “justicia cósmica del afecto”. Ella miró al techo, como esperando la aprobación de una autoridad superior, y dijo:

—Mira, niño, decir “cósmica” es bonito para lo que en los pueblos siempre se ha llamado “la decencia”. Das porque eres decente. Punto. Lo demás déjalo para los poetas, los economistas y los cínicos.

—¿Y si no me compensa?

—¿Quién te ha engañado con esa palabra? —rió—. Compensa vivir mirándote al espejo sin darte vergüenza. Lo otro es pedir ticket hasta en los besos.

Mientras hablaba, fui consciente de mis sesgos secretos: yo quería que me quisiera alguien concreto, con la cara, la voz y el gesto de encender la lámpara con dos toques. No quería amor de doña Rosa, de Cometa, del chaval del ajedrez, del vecino que por fin saludaba. Quería el premio exacto. Qué estrechez. Qué forma tonta de recortarme para entrar en un molde que no me habían pedido. Lo anoté en la libreta: Sesgo heterocéntrico, monogámico y vanidoso. Corregir con tres dosis diarias de curiosidad.

Esa noche, sueño raro: tres personas discutiendo en mi salón como si lo hubieran alquilado para un coloquio.

El Cínico llevaba americana de cuadros y una sonrisa que parecía un cuchillo envuelto en terciopelo.

—Hay que reírse de la ingenuidad —decía—. El amor es una rifa amañada. Mejor sentarse con los brazos cruzados y comentar el desastre.

La Poeta olía a jazmín y a tinta. Se tocaba el cuello antes de hablar, como si pulsara una tecla.

—Si el amor es rifa amañada —respondió—, hagamos trampa con belleza. La gracia está en el gesto, no en el resultado. Dar sin prisa, sabiendo que el mundo es un hilo de luz, a veces.

La Economista —quizá la misma señora del Nobel de la Comprensión Básica, pero con gafas nuevas— ajustó sus papeles.

—Ustedes viven del adjetivo —dijo—. Yo hago cuentas. Si aumenta la oferta de afecto, la demanda latente sale de las cuevas. Si mucha gente da, mucha gente recibe. El problema es que jugamos al oligopolio emocional: cuatro guapos, cinco graciosos, dos salvadores. Abren y cierran el grifo según su humor. La solución es competencia perfecta: que todo el mundo dé. A lo bestia y sin miedo.

—Eso suena comunista —ironizó el Cínico.

—Suena saludable —dijo la Poeta.

—Suena a vivir sin pedir ticket —cerré yo, medio dormido—. Y a dejar que el interés devengue donde quiera.

Desperté con la sensación de que alguien había ventilado bien mi cabeza.

Días después, mi ex me escribió. “¿Tienes mi libro de relatos? Me urge”. La palabra “me urge” era un anzuelo y yo, un pez sentado en el borde. Respiré. Tenía el libro. Lo metí en una bolsa de tela. Al llegar a su portal, el ascensor estaba averiado. Subí a pie. Ella abrió la puerta con una cara que no era menos bella por estar cansada.

—Gracias —dijo, mirando mis zapatos más que mis ojos—. Perdona por el lío del otro día.

—No pasa nada.

—¿Podemos hablar? —preguntó, pero no dejó sitio en la puerta.

—Claro. ¿Sabes? Aprendí a cambiar plomos. Si un día te falla algo, me llamas. Es gratis.

—No quiero deberte.

—No me deberías —sonreí—. Ya me paga el Banco Central del Cariño.

Me miró como a un loco encantador. Me dio un abrazo breve, de cortesía tibia. Bajé las escaleras con esa mezcla de alivio y duelo que te deja lo sano cuando renuncia a lo espectacular.

En la esquina, Lu salía de la tetería con un saco de harina. Se le resbaló de las manos, y el aire se llenó de polvo blanquísimo, como nieve traída por un ventilador. Nos reímos, tosiendo. La calle quedó manchada de luz.

—¿Sigues apuntando tus haberes? —me preguntó.

—Estoy aprendiendo a perder la libreta —dije—. No porque no me sirva, sino porque llega un punto en que lo dado ya te cambió la cara y, te lo juro, con la cara nueva te devuelven cosas que la vieja no sabía ni pedir.

Lu asintió. Me pasó un dedo por la frente, me dejó una raya de harina como una bendición absurda.

—Te queda bien —dijo—. Parece que has entendido.

Cometa apareció de la nada, se tumbó y estornudó harina. El chaval de la sudadera roja, que ahora usaba una con mangas rotas y reina en el bolsillo, pasó y saludó con la solemnidad de un obispo joven. Doña Rosa asomó a la ventana, pidió la crónica del día. El vecino antipático me preguntó por el teléfono de un electricista, “por si no estás”. Noté el mapa de mi pecho prenderse, como ese mapa térmico que usan en los estadios para ver dónde ha corrido más el delantero. El mío mostraba calor en los portales, la plaza, el cuarto de contadores, la mesa de la tetería. El área donde ella solía estar se veía, sí, más fría; pero el resto del estadio ardía.

Esa noche regué la suculenta. Le hablé en voz baja para que no se sintiera obligada a crecer. Le dije: “No importa demasiado de quién nos enamoremos; importa de cuántas formas aprendemos a querer sin pedir recibo”. Y, mientras colocaba la regadera, me di cuenta de que “Intereses devengados” —ese título que anoté en una esquina durante el primer insomnio— ya no era un guiño contable, sino otra cosa: los intereses eran las personas que, sin que yo supiera, se habían interesado por mí cuando empecé a desinteresarme del premio exacto.

Apagué la luz. La casa olía a limón, a perro limpio, a harina rebelde. Me dormí con el rumor de una balanza a la que, por fin, se le había roto el marco.

«La esclavitud es cierta y forzosa si no acudimos» (Esta frase está extraída del bando que Rafael de Casanovas dirigió a los barceloneses el 11 de setiembre de 1714, fecha en que finalizó el asedio a Barcelona por parte de las tropas borbónicas. Y, como no se acudió, desde entonces aquí los tenemos) 

Hoy el señor que toca la guitarra en esa banda (no el del vídeo que es el cantante) cumple 48 años y le deseo que cumpla muchos más... Escucharlos y ponerme de buen humor es todo una.

Topografia d’un cel encès

Quan em vas somriure, la gravetat va fer vaga.

La plaça, de cop, va respirar com un pulmó elèctric.

Jo, lampista d’emocions, et vaig endollar a la meva butxaca; espurnes de claus, monedes, cicatrius.

No calen miracles: amb dos petons vam apagar els fanals i encendre constel·lacions domèstiques.

Els mòbils gravaven el big bang en baixa resolució.

Tu deies: «No em miris així».

Jo pensava: «Trenca’m, però en estrelles».

Quan vas marxar, el cel va quedar encès igual: m’havies deixat la llum posada dins la gola.


 

3 comentarios:

  1. Seguro que perderemos nuestras instituciones, derechos y libertades, y quedaremos bajo un poder absoluto.Sino acudimos.

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    1. La verdad es que hemos acudido y no nos ha servido para gran cosa: caímos bajo un poder absoluto ¿adivinas cuál?

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