- Los resultados de la biopsia han confirmado que tiene usted la próstata afectada –dijo el médico y tras una pausa para tomar aire dictó sentencia- Tiene cáncer. - ¿Está seguro? Yo me encuentro bien, bueno tal vez un poco de dolor al orinar pero nada serio ¿o sí?
Carlos pensaba que aquello no le podía estar pasando a él. No en aquél momento que se hallaba en la cumbre de su carrera. Tenía 55 años y hacía uno que era jefe de atención al cliente de la principal compañía energética del País.
- Tiene que operarse –continuó el médico- Urgentemente. Hay que evitar que se propague a otras zonas del cuerpo.
- De acuerdo, si no hay más remedio... –contestó Carlos con aire condescendiente, como si operándose le hiciese un favor al médico.
- Bien, le incluiré en el protocolo quirúrgico de urgencia. Vaya a ver al cirujano... veamos –consultó la agenda- El 14 de diciembre. A las tres de la tarde.
- ¡Pero si es dentro de un mes! ¿No me había dicho que la operación era urgente?
- Y lo es. Lo que ocurre es que con los recortes de personal que tiene el servicio de cirugía, solo hay un cirujano para atender la lista de espera y no tiene una hora libre hasta ese día.
- ¿Sólo uno? –interrogó Carlos con aire de preocupación- ¿Y si le pasa algo?
- ¡Pero hombre! ¿Cómo le va a pasar algo al cirujano? ¡Eso no es posible! ¡Es médico! –zanjó- Mire le voy a dar el teléfono de su consulta. Llámelo por si puede hacerle un hueco antes del 14. A veces algún paciente desiste –dijo acentuando la palabra ‘desiste’ de una manera trascendental.
Carlos se había forjado profesionalmente en el departamento de atención al cliente de la empresa líder en telefonía móvil. Trabajar en un monopolio del estado hasta finales del siglo XX le imprimió un carácter tirano. Al llegar la liberalización de las telecomunicaciones estudió las maniobras que se diseñaron para esclavizar al ciudadano a la Compañía o que, si éste trataba de romper sus cadenas con la misma, lo hiciese en las condiciones más onerosas posibles. Suya fue la idea de los regalos envenenados de terminales móviles, lo que le dio cierto prestigio y permitió que le llegase la oferta de su actual trabajo en el que debía diseñar el servicio de atención al cliente. Eso suponía decidir con total impunidad y antojo a quién, cómo y cuándo daba de alta en los suministros. Era lo que siempre había soñado: desplegar todo su despotismo sin que nadie le pusiese trabas a ello. Canalizaba las quejas de los usuarios a través de una intrincada maraña de direcciones y teléfonos de atención al cliente que siempre convergían en él. Ahora estaba diseñando el sistema para colocar a los clientes una cuota de mantenimiento ‘para solucionar posibles incidencias’ que casualmente se producían cuando no se disfrutaba de la misma.
- ¿Sabe cuándo podré hablar con el doctor? –preguntaba una y otra vez Carlos a la voz que le llegaba del otro lado del teléfono.
- Ya le he tomado nota y en cuanto pueda el doctor se pondrá en contacto con usted -le respondían invariablemente.
- Mire que es urgente operarme.
- ¡Hombre usted y doscientos más! Ande no se preocupe y venga el día 14 a las 3 que el doctor le atenderá.
A falta de una visita anticipada allí estaba Carlos el 14 de diciembre a las 3 de la tarde.
- Lo siento pero ha llamado la esposa del doctor diciendo que está enfermo, con 40 de fiebre y que no puede venir.
- ¿Cómo que enfermo? ¡Eso no es posible! –exclamó Carlos recordando la conversación que había tenido hacía un mes con el de medicina interna.
- Mire no sé si será posible o no pero ha pillado una pulmonía doble y la cosa va para unos tres o cuatro meses -anunció la enfermera.
- Pero eso no puede ser –protestó Carlos- Yo me tengo que operar ¿Cómo se le ocurre pillar una pulmonía?
- Es lo que tiene ducharse con agua fría con este tiempo. Mire que se lo venía diciendo: “Doctor que va a coger algo” Pero le habían cortado el gas hacía más de un mes y no tenía agua caliente. Parece que no pagaba cuota de mantenimiento.